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Hostelería

El Chato también es Cádiz

  • Los controles policiales en Cortadura impiden a clientes acceder con normalidad a negocios hosteleros como el ventorrillo, cuyo propietario ha denunciado el perjuicio que esto le genera

Un agente de la Policía Nacional durante uno de los controles perimetrales instalados en Cortadura.

Un agente de la Policía Nacional durante uno de los controles perimetrales instalados en Cortadura. / Julio González

¿Adónde cree que va?, pregunta el policía. Metro ochenta largo, mascarilla, gafas, gorra, chaleco antibalas, metralleta terciada. ¿Qué adónde va le digo?, repite ante la mirada atónita de su interlocutor, que, con sus manos perfectamente colocadas en el volante (las dos menos diez), como si estuviera preparándose para aquel ya lejano examen de conducir, se pregunta si el enemigo es un virus respiratorio o un hermano de Bin Laden. Pues voy al Chato a almorzar con mi señora, aquí de cuerpo presente. Vamos no es que esté muerta ni que yo le haya puesto una mano encima jamás señor agente, digo de cuerpo presente porque está aquí a mi lado. Saluda Chari. Y Chari sonríe y levanta la mano izquierda en un pobre remedo de la Reina Sofía. ¿Y usted no sabe que está prohibido salir del propio municipio señor? Y ahí, en ese mismo momento, el timorato conductor, profesor de instituto jubilado, nota como las pulsaciones se le aceleran y la cara se le pone como a Álvaro Cervera recordando al árbitro del Cádiz-Granada. La respuesta le sale casi vomitada. ¿Y usted no sabe un tantito así de geografía para tener claro que Cádiz acaba en el río Arillo, que el Ventorrillo del Chato está en la avenida Vía Julia, código postal 11011 de Cádiz? ¿No le enseñaron esto en la academia de Ávila? ¿No sabe que Cádiz no acaba en Cortadura? El policía duda, no las tiene todas consigo pero no transige. Para algo es agente de la Ley. Hasta el punto que Chari, que conoce a su marido cuando se pone en modo Don Erre que Erre, apacigua los ánimos y le convence de tomarse dos tapas de ensaladilla en el bar Alfa antes de dormirse la siesta. Ya celebraremos nuestro aniversario en el Chato cuando pase todo esto, que pasará, ya lo verás, le dice a su cónyuge. A lo que este responde mirando ferozmente al amable policía cachas, que seguramente será un hacha en su trabajo antiterrorista pero que de geografía anda cortito, antes de emprender la retirada.

La pareja acabó su jornada enfadada y con ganas de apuntarse a teorías conspiratorias. Igual de enfadado, o más, está José Manuel Córdoba, propietario del Chato. “No es la primera vez que me echan clientes para atrás. Que no digo yo que no pongan controles, me parece fenomenal, ojalá los hubieran puesto el 1 de junio, igual ahora estábamos mejorcitos, pero lo que no pueden es impedir a la gente de Cádiz venir a comer al Chato, ya es lo que me faltaba. Como si no estuviera ya la cosa apretada para la hostelería”, comenta muy molesto.

“Lo que me falta ya, con la que está cayendo, es que no dejen llegar clientes”

José Manuel cuenta que tienen preparados incluso salvoconductos para que les dejan entrar en Cádiz a la vuelta. “Les damos la factura con la hora a la que han terminado la comida para que no tengan problemas al dar la vuelta en Torregorda y enfilar por la autovía. Es que el ventorrillo está en Cádiz, que el término municipal acaba casi llegando a San Fernando, en el río Arillo, frontera natural, un poco de cultura y un poco de empatía hombre”.

Recuerda el hostelero que incluso él ha tenido problemas para llegar hasta su negocio. “Un día un policía no me quería dejar pasar. Decía que dónde iba a comer al Chato tan temprano, que eso no era Cádiz, en fin, después si dices lo que tienes ganas de decir te metes en un buen lío”.

Hay virus pero hay nervios. Y Cádiz no ha menguado por el virus jartible. Un poco de sentido común nunca viene mal. Ni siquiera en un control perimetral.

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