Historias de Cádiz

De cacería por las calles de Cádiz

  • Derribo de un halcón desde las torres de la S.I. Catedral

  • Fue necesario recabar autorización del obispo de la diócesis y del gobernador civil de la provincia

De cacería por las calles de Cádiz

De cacería por las calles de Cádiz

El municipio de Cádiz apenas si guarda relación con el mundo rural.  Antiguamente existían unas pequeñas huertas en los Extramuros, cuyos productos  solamente servían para consumo de unos pocos. Hoy, con la urbanización de todos los extramuros, solamente queda algo parecido al campo entre Cortadura y Río Arillo. Como consecuencia de ello, en nuestra ciudad, al contrario de lo que ocurre en las demás capitales de Andalucía, muy pocos hablan de agricultura, de siembras o cosechas. Tal vez por ese motivo son muy escasos los gaditanos aficionados a la caza, actividad más propia de las zonas rurales.  

Los cazadores gaditanos  han tenido siempre que marchar lejos de sus domicilios para la práctica de su deporte favorito.   Cuando aún no estaban urbanizados los extramuros era posible ver cazadores por la zona del antiguo Cementerio de los Ingleses, por La Laguna o por los eucaliptos existentes en San Severiano, siempre a la espera de la entrada o paso de las tórtolas.   Las ordenanzas municipales  permitían la caza en los extramuros, siempre en lugares alejados de las viviendas y de la avenida Augusta Julia, la actual avenida principal de entrada a la ciudad. 

En los años veinte del pasado siglo, el gobernador civil sufrió un atentado en la avenida Augusta Julia y su auto recibió una perdigonada, resultando herido el chófer. Quiso culparse de ello a los numerosos cazadores de tórtolas, pero quedó demostrada la inocencia de éstos debido a que el plomo usado para el atentado era distinto al de los aficionados a la caza.

El último reducto para los cazadores gaditanos  estuvo en la zona de Torregorda, con abundancia de árboles y chumberas. Las tórtolas, al regresar de  su emigración invernal en África, llegaban exhaustas de cruzar el Estrecho y allí eran esperadas por los aficionados. En cierta ocasión, un conocido cazador y trabajador del Ayuntamiento de Cádiz subió a un árbol para cobrar una de las piezas derribadas y cayó sobre una de las chumberas.    Fue rescatado por un periodista, también cazador, pero el accidentado estuvo largo tiempo arrancando de su trasero multitud de dolorosísimas púas.

Pero nuestra ciudad, tan escasamente campera, ha visto en sus calles algunas insólitas “cacerías”. Muy conocida es la captura del célebre buitre que acampó en el Monumento a las Cortes en octubre de 1956 y que fue objeto de una simpática letra de Paco Alba y de un famoso artículo de José María Pemán.

Lo curioso de esta “cacería”, cuyos pormenores ya publicamos en estas mismas páginas (Diario de Cádiz, 21 febrero 2021), es que levantó una fiebre ‘buitricida’ entre la población. El animal abatido fue expuesto en la Peña de Cazadores de la calle San Francisco y todos creyeron que los buitres eran pajarracos extremadamente dañinos y peligrosos  y que debían ser derribados sin piedad en el caso de que volvieran a  aparecer por la ciudad.

En efecto, seis  meses más tarde aparecía otro buitre por las Puertas de Tierra y una legión de muchachos se dedicó a lanzarle piedras de todo tamaño. El animal huía continuamente hasta que un cazador lo derribó en la zona del actual Hotel Playa. 

Afortunadamente la mentalidad, poco a poco, fue cambiando y las apariciones de buitres en nuestra ciudad estuvieron acompañadas de llamadas a la Policía Municipal, Bomberos o Agencia de Medio Ambiente para que se hicieran cargo de ellos. En 1989 ocurrió un fenómeno curioso en relación con estos pájaros. Después de tres días de furioso viento de Levante una enorme cantidad de buitres apareció en la bahía de Cádiz. Unos treinta en la zona de Fadricas y unos pocos menos en la propia ciudad de Cádiz. La Agencia de Medio Ambiente hizo saber a todos que se trataba de ejemplares muy jóvenes y despistados, procedentes de la zona de Grazalema. Pidió a la población que no se les molestara ya que por sus propios medios volverían a su lugar de origen, como así ocurrió. 

Pero la ‘cacería’ más insólita que se ha producido en Cádiz ocurrió en 1953, cuando tuvo que ser derribado un halcón en el interior de la Catedral. En esa época era muy habitual que los gaditanos tuvieran palomares en las azoteas. No existían aún palomas en las plazas públicas pero rara era la  finca que no contaba con un palomar. Ocurrió que comenzaron a desaparecer palomas y sus propietarios expresaron sus quejas a las autoridades. Algún palomar sufrió la pérdida de más de treinta ejemplares. 

La Peña de Cazadores tomó  cartas en el asunto y  descubrió que era un halcón el que producía tales daños y que el animal había encontrado refugio seguro en la Catedral. 

Para la captura o derribo del halcón fue necesario recabar la autorización del obispo de la diócesis y del gobernador civil de la provincia. Por fin, y provistos del permiso, dos cazadores,  Manuel García Moreno y Emilio Copano Nieves, se apostaron a las seis y media de la mañana en una de las torres de la Catedral a la espera del halcón. Como reclamo llevaban un palomo atado con una cuerda de veinte metros. Vieron el pájaro pero no pudieron disparar. Al día siguiente y a la misma hora repitieron la operación anterior y en este caso el halcón fue alcanzado por un disparo. Según  la prensa local, “fue un tiro espléndido. La dañina ave dio contra la pared de la Catedral y cayó sobre una cornisa. Medía un metro de  envergadura”.

El halcón finalmente  fue recogido y enviado  a un taxidermista para ser expuesto en la Peña de Cazadores, como muestra del buen hacer de  unos aficionados  que tienen que salir de su ciudad para practicar  su deporte, salvo en  ‘excepcionales’ ocasiones.

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