NUNCA olvido que hay otra Isla distinta a la que aparece cada día más, esta Isla robada y escarnecida en donde no se admiten las responsabilidades políticas y se aferran al poder sin importarle la legitimidad ni la decencia democrática. Hay otra Isla distinta, sí. Es una Isla solidaria, laboriosa, desprendida, generosa. Amable. Así lo escribía hace semanas. Hablaba de La Isla de UPACE y el CRMF, la Cruz Roja y Cáritas y El Pan Nuestro, el Centro de Alzheimer y la Asociación de Enfermos de Parkinson. La Ciudad Amable. Es también una ciudad de nombres propios, la Isla de José Manuel Porras, el Padre Juan, Maripepa Castañeda, Jesús Martín Almeida (¿nunca Hijo Adoptivo mereciéndoselo tanto?), Lola Garzón Coello... Detrás de cada iniciativa un corazón y una entrega, sí, son los mimbres con los que se construye la orla floreada que contiene grabados en oro puro la amabilidad de una ciudad buena, una ciudad asombrada ahora, perpleja pero deseando volver a ser, deseando despegar de este piélago triste en donde chapotea ahora la vida política.

A esta nómina de buena gente quiero añadir ahora el nombre de Cristina Arjona, la presidenta de ACOSAFE. Y no por el éxito de las iniciativas que encabeza, como el mercado doceañista de la calle Real o la fiesta de la tapa que hizo el año pasado en el parque Almirante Laulhé, que fue un éxito absoluto. No. Hay iniciativas que salen bien o mal pero nunca el espíritu que las anima. Y Cristina Arjona es el espíritu que anima y grita que otra ciudad es posible. A su modo, forma una primera línea de defensa de esta Isla asediada por nuestras torpezas y nuestros pecados civiles. La ciudad de Lola Garzón y Maripepa Castañeda, José Manuel Porras o el Padre Juan es la misma ciudad de Cristina Arjona, una joven empresaria que sabe que un comercio pujante, renovado y con ideas logra el progreso de la ciudad. No podemos traer cruceros al muelle de Gallineras pero sí podemos constituirnos en un referente de ciudad comercial y de servicios de la bahía, porque tenemos la calle Real, que no existe otra igual en las ciudades hermanas de la bahía y tenemos lo que tengamos que tener porque no podemos echarnos a morir porque nos roben, nos vilipendien o nos tomen el pelo desde el poder municipal, convirtiéndonos en espectadores de una ópera bufa de ambiciones desmedidas y desastres sin cuentos.

Los nombres propios dan fe de que la ciudad no está muerta, ni dormida. Sólo está golpeada, dolorida, escéptica. Y cabreada. "A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el pan que me alimenta y el lecho donde yago", escribió el poeta. Casi lo mismo que hace La Isla Amable, la ciudad en donde quiere vivir Cristina Arjona y quienes trabajan duro para un lugar al sol, dignamente. Un mercado doceañista no es el sueño de un nuevo Centro de Parkinson de tiempo completo porque el que ya pelean en la ciudad amable, pero es igual de necesario para seguir siendo. Que no es poco.

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