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Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XXVII)

  • Resumen capítulo anterior: El día 13 de Enero de 1810 se firma el Decreto que prescribe el traslado de la Junta Central a la Real Isla de León para celebrarse las próximas Cortes. Muchos ciudadanos critican el trabajo de esta Junta a la que consideran traidora de la Patria. Todos reclaman patriotismo y exigen la defensa de la religión y del Rey

EN la mañana fría y húmeda de este treinta de Enero ha llegado Nicolás, el hermano de María. Apenas le he reconocido al bajar de la collera. El hombre de porte resuelto y de talante reformador e ilustrado que yo recordaba no tenía nada que ver con este que se apeaba del vehículo. Ni sus ropas, ni su rostro, ni el semblante compungido que traía, parecían hablarme del Nicolás soñador y noctámbulo que permanecía horas, noche tras noche, en las tertulias de Madrid, admirando los escritos jacobinos y navegando de cama en cama, eterno seductor de las señoras más hermosas de la Corte, siempre a la última y preparado para deleitar con sus palabras y discursos a todos los que en los ambigús esperaban la última representación y estreno en los teatros de Madrid. Efectivamente, éste no era mi cuñado, una tristeza supina asomaba lánguidamente tras una barba de días, la corbata deshecha y la ropa maltrecha y esquilmada. Como si de un niño se tratara, se lanzó a mis brazos y lloró. Sentí el peso de las ilusiones muertas de todo el país en sus lágrimas, ideólogo ingenuo e inocente que traía grabadas en el iris de sus ojos escenas de muerte.

Sus palabras sobre la situación vivida en estos últimos días en Sevilla le habían hecho marchar hacía Cádiz. Parecía sentirse traicionado y tremendamente desdichado.

Trabajar constantemente por defender lo que se cree verdadero para una gente a la que uno quiere proteger, y que termina asociándote con un bandolero, es algo que no soporto del ser humano.

Sevilla ha estallado contra la propia Junta y te aseguro, Diego, que pronto caerá en manos francesas, y entonces espero que sea un polvorín para los ejércitos Napoleónicos. Pedían a gritos, alentados por acalorados instigadores, que se disuelva la Junta y se forme una Regencia. Ha dado igual que pensemos que no es el momento, que el enemigo está próximo. Creen que esta Junta dispone de barcos preparados en Cádiz para huir con los tesoros de la Patria hacía América. ¿Cómo pueden pensar algo así de nosotros, hombres que hemos abandonado nuestras casas y nuestras familias en nombre de un Rey cautivo? ¿Dónde lleva la desesperación de los infelices? Estoy convencido, Diego, que entregarán a golpe de campana Sevilla a Soult y entonces no habrá servido de nada tanto esfuerzo, tanta muerte, tanta cautela.

He cambiado, pasé de ser, del amante perpetuo de un Robespierre desesperado, a enamorarme de las nuevas tendencias que hablan de propugnar las ciencias y las artes. Pero ahora, ahora ya no queda nada.

No puedo más que acompañarle, andar a su lado, dirigir sus pasos hacía nuestra casa. Teresa y María estarán felices de tenerle cerca. Caerá Sevilla, y todos comprenderán que es mejor resistir que ceder al invasor, aunque ya será tarde.

Dejé a Nicolás en casa, en compañía de la gente que le quiere y entre la que de seguro se encontrará tranquilo, y me dirigí a la recién estrenada fábrica de fusiles de esta ciudad. Desde hace unos días Antonio Cornel y Martín de Garay hablan continuamente en sus decretos y cartas, que recogen los periódicos de la ciudad, del desabastecimiento de fusiles en los ejércitos españoles. Ambos han defendido desde finales de 1808 la instalación de factorías fusileras en el territorio andaluz, sobretodo después que quedara libre de franceses tras la batalla de Bailén.

La necesidad y el temor de ver a los soldados desarmados llevó, en primer lugar, a la reparación de las armas requisadas a los prisioneros de Bailén, pero luego la dispersión de los soldados, y la inutilización de muchas de ellas en el servicio, han puesto en serio peligro la situación actual.

Desde principios de 1809 se empezaron a establecer en varias ciudades andaluzas factorías que produjeran armas de chispa. En Sevilla la creación tuvo lugar por Real Orden de 9 de junio de 1809, encargándose de ella el coronel de Artillería D. Francisco Dátoli y tras ésta la de Cádiz, Jerez y Málaga. El empeño del Marqués de Villel en Cádiz, de Joaquín de Mengelina en Jerez y del propio Martín de Garay en Sevilla lo han hecho posible.

Tenía ganas de venir a ver ésta de Cádiz después de ver la de Jerez, en la que el armero Pedro Aldazabal, me explicó el funcionamiento con lujo de detalles. Juan Giro se encontraba aquí, armero encargado de ponerla en funcionamiento en Septiembre de 1809, y colaboró con Mengelina en la puesta en funcionamiento de la de Jerez.

Cerca del Parque de artillería el ruido de las máquinas de barrenar era tan intenso que apenas se oían las campanas del convento del Carmen. Nada más entrar, la suciedad, el calor de las fraguas y el aspecto de los hombres sudorosos y medio desnudos, parecían transportarme a la fragua del mismo Vulcano.

En la puerta José Pérez de la Fuente, guarda almacén de la fábrica, debió fijarse en mí, que, descolocado y un poco mareado por el olor a pólvora quemada y a hierro fundido, no sabía bien a dónde dirigirme. Juan Giro se acercó y me explicó todo cuanto quería saber sobre este lugar.

La ubicación de la misma, la mano de obra especializada en este tipo de fabricación y los materiales necesarios para ello eran los problemas fundamentales con los que se habían encontrado a la hora de ponerla en marcha. Se necesitaba agua cerca para las máquinas de barrenar, que en el caso de Sevilla con el Guadalquivir y en la Cartuja de Jerez con el Guadalete habían solucionado. En Cádiz, inmediato al Parque de artillería, se construyó un molino a cargo del Marqués de Casa Irujo, que proveería de agua a las máquinas.

El edificio no sólo contenía las fraguas, mientras recorría el recinto me fui dando cuenta, de que, además de los talleres y almacenes, los armeros y muchas de sus familias se veían obligados a vivir en el mismo lugar donde se fabricaban las armas. Niños deambulaban por las instalaciones respirando el aíre corrompido y los vapores de la fundición.

La mano de obra fue otra cuestión de suma importancia, que fue paliada con la llegada de armeros del Norte de España, asturianos y vascos. De toda la provincia gaditana han llegado cerrajeros, armeros, herreros, cajeros, quedando registrados en una especie de censo al que poder recurrir ante la falta de especialistas. Hombres, cuyas manos habían sido utilizadas sobre todo en el ganado y en las labores agrícolas, que tuvieron que reconvertirse rápidamente para su nueva función.

El objetivo, según Juan Giro, era fabricar unos trescientos fusiles a la semana, pero la verdad es que la producción apenas llegaba a cien.

Los golpes parecían acompasarse a un ritmo extraño, mientras que los carros cargados de hierro entraban hasta el patio y lo dejaban caer de forma constante y precisa entre nubes marrones que impedían la entrada de luz. Un hierro inglés, regalado, cedido, prestado a cuentas de no sé qué querrán en un futuro, cayendo hacía la fragua al rojo vivo, absorbido, saliendo líquido y depositado en los moldes de cobre de los que saldrían hermosos cañones para barrenar. Y junto al hierro, todas las herramientas expuestas como en una sala de arte, tornillos, yunques, tobaras de cobre, tenazas de forjadores, en un sinfín de respuestas ante la inminente necesidad de armarse.

Lo que era cierto es que, con el mar tan cercano, la salida de fusiles y el transporte a otros lugares está asegurado.

Trabajaban continuamente dos máquinas de barrenar cañones, movidas con una mula cada una capaz de doce cañones a la vez y seis barrenas más, que podían fabricar hasta ciento cuarenta y cuatro cañones al día.

Maestros, oficiales y aprendices se reparten el trabajo, en un intento perfecto de ganar tiempo al tiempo. Algunos, muy jóvenes, sentados en unos bancos de madera muy largos, componen los más de dos mil fusiles franceses rotos e inservibles, arreglando las cajas, graduándolos, limpiándolos y colocándoles piezas nuevas hasta el punto de dejarlos listos para el uso. Uno de los problemas, el abastecimiento de madera para hacer las cajas. De la sierra de Ronda y Cantillana se ha estado trayendo en estas semanas, pero ahora se pide que sean traídos de algunos de los pinares de Puerto Real, como la Algaida, y el del Cotillo, en Chiclana.

Salir al exterior y reencontrarme con el aire salino de esta tarde de invierno me hace sentirme bien, sentirme vivo.

Diego de Ustáriz

Continuará

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