Provincia de Cádiz

En la cueva de El Lute

  • Retrato de Manuel Sánchez Corral, el hombre bautizado como el último bandolero, detenido por 70 guardias civiles en una recóndita gruta de la sierra de Grazalema

(En la foto él aparece en cuclillas entre dos guardias civiles embozados. La cara está difuminada, pero se adivina que mira al suelo. "Como un trofeo de caza", exclama indignada la madre del hombre. Alrededor, hay numerosos objetos: una toalla roja, un mechero, un frasco de cristal vacío... La nota policial nos cuenta que para su detención, en un lugar "inaccesible" de la sierra Margarita, entre Benamahoma y El Bosque, utilizaron a 70 agentes, guías de perros especialistas en rastreo y un helicóptero de la UHEL-23. Han bautizado la Operación como Camina, en honor a Camina o revienta, la autobiografía de Eleuterio Sánchez, El Lute, el prófugo más famoso del franquismo. Este, al parecer, es el mote del hombre del rostro difuminado. La misma nota nos dibuja a un bandolero eremita, un maqui moderno. Nos informan que vivía en una tienda de campaña con perros peligrosos. En la mañana de la detención, el pasado 18 de abril, encontraron con él a una niña de 14 años, una escopeta y abundante munición. Su principal delito, prosigue la nota, es el robo con violencia a una gasolinera de El Bosque, pero también amenazó de muerte a dos agentes de Medio Ambiente que le sorprendieron practicando caza furtiva y también asustó a un senderista que pasaba por allí. Se sospecha que ha robado ganado, pero no constan denuncias sobre ello. En la foto hay un hombre en cuclillas, "exhibido como un trofeo de caza", repite su madre. En Google encontramos decenas de titulares. La noticia es un éxito: "El último bandolero", "Arrestado el Lute de Cádiz", "La caza del último bandolero", "El Lute de Sierra Morena". ¿Quién es este hombre?).

A Manolín le bautizaron como El Lute en Benamahoma el día que el pasado llamó a su puerta. "Antes me ahorco que volver a prisión", proclamó. Joaquín Ramón, que fue alcalde pedáneo de este pueblo situado en el término de Grazalema, en la falda de una montaña que hace cima en el Puerto del Boyar y que desciende por su otra cara hacia Ronda, jugaba con Manolín de pequeño. Llamaban a los timbres, robaban fruta en los huertos y se divertían sacando de quicio a los mayores. Nos cuenta su historia.

Manuel Sánchez Corral, Manolín, nació en Sevilla. Su madre, Antonia, se fue allí, a principios de los 70, a ganarse la vida en el servicio doméstico. Tuvo a Manolín siendo soltera, suficiente motivo en la época para ser señalada con el dedo, y a los cinco años envió al niño al pueblo para que lo criara la abuela Ana. El niño descubre el monte, lo cartografía con sus pasos, pasa días enteros con los familiares que se dedican al pastoreo y cuando regresa le cuenta a la abuela lo que ha aprendido. Así, la abuela se hace referente, el lugar al que regresar. La abuela y Benamahoma eran su infancia; su juventud sería la heroína.

Cuando el cuerpo de Manolín se transforma en un corpachón de 1,90, vuelve a Sevilla. Son los años gloriosos del 'caballo', principios de los 90. Y él se dedica a galopar. Lo que sus compañeros de juego ven cuando Manolín regresa de cuando en cuando al pueblo a ver a su abuela es un esqueleto huraño. Demacrado y con la mirada perdida, esquiva a la gente. Es un yonqui. Apuntan en el pueblo que sus visitas coinciden con hurtos. Hasta que un día no aparece. Transcurren cinco años sin tener noticias de él.

"¡Ha vuelto Manolín!", corren a contarle a Joaquín en su despacho del Ayuntamiento. Así es, ha vuelto. Y Joaquín no se encuentra con el esqueleto que se evaporó, sino con un hombre callado al que la vida le ha pasado por encima. Ha salido de su ritual de tránsito tatuado de cicatrices. No lo oculta, ha estado en la cárcel, un peregrinaje que empezó en Sevilla y acabó en Oviedo. Quiere una pala, un mono de trabajo y dejar pasar el día hasta que llegue la noche para compartir litronas y porros en la plazoleta antes de volver a casa con la abuela, aunque ya no le cuenta las cosas del monte. Simplemente se mete en su cuarto, enchufa la tele, lee la Biblia y se duerme.

"Le cogimos para hacer las calles, los arreglos del pueblo. Era buen trabajador -recuerda Joaquín-. Jamás dio un problema. Era solidario con sus compañeros y obediente con sus jefes. Como los amigos de su infancia se casaron, se buscó un nuevo grupo de amigos, más jóvenes. No recuerdo que causara problemas, aunque llevaba la sospecha colgada. Cada robo que se producía se lo achacaban a él y sus enemigos en el pueblo se lo decían a la cara, 'ladrón', pero él jamás, que yo sepa, tuvo una respuesta violenta. Empezó a correr la leyenda de que había matado a un hombre, de que ese era el motivo de que hubiera acabado en prisión, pero sus amigos me decían qué va, si te acercas a la plazoleta, él te cuenta lo que pasó. Pero yo me acercaba a la plazoleta y él daba dos pasos atrás. Prefería quedarse a la sombra, en silencio".

Un agente sube desde El Bosque con una carta para Manolín. Es una citación judicial expedida en Oviedo. Tiene que presentarse. Manolín obedece. Es posible reconstruir sus años oscuros a través de algunos testimonios en el pueblo. En Sevilla se enganchó al jaco en el servicio militar, que ni siquiera termina, aunque nadie sabe si es que simplemente no vuelve al cuartel, se escapa del ejército o es licenciado. Tras la mili, el vicio se lo sufraga a base de robos. Fue detenido en algunas ocasiones hasta que debió cometer un delito mayor, quizá un atraco, que le supuso varios años de prisión. Cumplió condena en varias cárceles y durante su estancia en ellas se casó con una chica de Madrid a la que había conocido en los años de la droga, una yonqui como él. El matrimonio ni siquiera duró lo que duró su condena. Manolín sale de la cárcel y decide, con un compañero de trullo, dar un golpe que le dé el dinero para regresar con su abuela. Esa citación es, tantos años después, el juicio por el golpe en Oviedo.

Tras el juicio, regresa. Tiene que presentarse todos los días en el cuartel de la Guardia Civil, pero trama algo. Ha dejado de trabajar y ya no acude por las noches a la plazoleta. La última vez que Joaquín le ve es una noche en la zona baja del pueblo. Los guardias civiles le tienen boca abajo, con la cara contra el suelo, con las muñecas esposadas a la espalda. Hay un grupo de vecinos alrededor que están diciendo "¡matadle!". No muchos días después hay otra citación. Será la última que recoja. Le notifican su ingreso en prisión. El pasado le ha alcanzado. Manolín ya no es Manolín. Se echa al monte. Ahora, en el pueblo, le llaman El Lute.

¿Se echó al monte realmente? A la entrada de Benamahoma hay autobuses aparcados junto al merendero. Es el punto de entrada a uno de los senderos más transitados de la provincia, el que sigue el río El Bosque hasta llegar al pueblo del mismo nombre. Bajo una capota de árboles, el ruido del agua acompaña un paseo de menos de una hora. Junto a ese merendero está la casa de la abuela Ana, que murió hace dos años, y donde vive ahora Antonia, la madre de Manolín, con su marido Eustaquio, un hermano y la hija de éste, la chica de 14 años que se encontraba junto a El Lute en el momento de su detención.

Antonia nos recibe en el salón amueblado en rústica, presidido por un televisor plano de muchas pulgadas. En las paredes cuelgan fotos de familiares. "Vaya historia que os habéis montado. Ni que fuera un asesino. No ha hecho nada y le han tratado como un perro", nos saluda Eustaquio. Antonia le calma. "Calla Eustaquio, deja que lo cuente yo". Antonia habla despacio, dice estar enferma de los nervios desde que se produjo la detención y asegura haber sufrido un acoso constante de la guardia civil. "Mire, Manuel nunca ha vivido en el monte. Eso es absurdo. ¿Usted sabe el frío que hace allí?". "¿Y dónde ha vivido? En el pueblo hace años que no le ven". "Aquí, en casa. El nunca se ha ido de aquí. Durante sus últimos años, la abuela sufrió alzhéimer. El se encargó de cuidarla. ¿Cómo sino iba a vivir una anciana en esas condiciones si no la cuidaban? El siempre estuvo con ella, hasta el momento de su muerte. Era la persona que más quería en el mundo. Su muerte fue un duro golpe. Cuando murió, nosotros nos vinimos a vivir aquí y aquí estaba él. Vengan, se lo enseñaré". Antonia nos conduce a través de la casa. Abre una puerta: "Esta es su habitación". Su sobrina está viendo la televisión en la cama de Manuel. "Te he dicho que no cierres la puerta, niña". La habitación está como excavada, un escalón inferior al nivel del resto de la casa. La forma del techo es abovedado, como una cueva, y hay un fuerte olor a humedad. "Este es su armario y esta es su ropa". Enseña una colección depantalones y camisas muy usadas, pero que se encuentran limpias y planchadas. "Sigan por aquí". Seguimos por un pasillo, atravesamos la cocina y llegamos a un patio trasero que, tras una verja y unas escalerillas, da al río. Hay gallinas. "Por aquí salía, cruzaba el río y subía al monte. Su gruta está a una hora andando. Le gustaba ir allí a leer la Biblia y había montado una plantación de habas". "Y de marihuana". "Si usted llama una plantación a tres macetas de maría..."

De vuelta al salón, Antonia, que nos indica en varias ocasiones que ya ha salido en "todos los programas de televisión", nos cuenta su versión. "Manuel no estaba dispuesto a volver a la cárcel. No puede soportar la idea de verse encerrado. Necesita la naturaleza. Solo quería que lo dejaran en paz con su montaña". Su madre niega todas las acusaciones. Los perros no eran peligrosos, sino unos chuchos; nunca asustó a ningún senderista porque por allí no hay senderistas,;nunca amenazó a cabreros porque no hay cabreros; no tenía un arsenal porque solo tenía una escopeta vieja, cuatro cartuchos, dos cuchillos y un hacha, "que es lo mínimo que se necesita para estar en el monte". Y no robó la gasolinera porque a) el que lo hizo era cojo y b) la gasolinera está en frente del cuartel de la guardia civil: "No se iba a meter en la boca del lobo". ¿Y era un furtivo? Sí. Podía cazar corzos y conejos, ¿por qué no? Siempre se ha hecho en la sierra. Ese código no era su código, no hay dueños en el monte, "pero respetaba al monte más que cualquier cazador dominguero".

Algo no cuadra. ¿Por qué tenía arriba, junto a su gruta, dos tiendas de campaña con todo lo necesario para sobrevivir? ¿Por qué estaba la niña con él? Eso requiere una nueva explicación y Antonia saca de un cajón un papel y enciende otro cigarro. El papel es una denuncia que ha presentado contra el sargento del cuartel de El Bosque por haberla insultado, amenazado y empujado, pero son más interesantes unas palabras entrecomilladas que figuran al final del texto: "El sargento me dijo que si Manuel se entregaba le quitaría las denuncias que pesaban sobre él, pero que como tuviera que ir a cogerle se iba a comer todos los delitos pendientes de la comarca".

Cuentan en el pueblo que el sargento de El Bosque estaba obsesionado con el caso de El Lute. Al fin y al cabo, tenía en su demarcación un prófugo desde hace años y nadie podía dar con él. Pero es que es imposible dar con un hombre que conoce el monte en estos parajes, se diría él. "La presión se hizo más fuerte hace unos meses -relata Antonia-, por lo que Manuel tomó más precauciones". Esas precauciones consistían en pasar más tiempo en su gruta. Su prima era la encargada, como caperucita, de subirle comida en una mochila. Hasta que la guardia civil dio con la chica y, al tiempo, con el escondite. Entonces se montó la operación a lo grande, Camina o Revienta. Cayeron sobre él en la mañana del 18 de abril, un día en el que la sobrina había decidido quedarse a pasar la noche con su primo en el monte porque el camino de vuelta era peligroso y anochecía, según Antonia. Manuel se resistió, pero fue inútil. La versión oficial afirma que intentó huir lanzándose por un barranco de tres metros. "¿Lanzándose? ¿Está usted seguro?", pregunta Antonia. Enfurecido, atrapado, Manuel insultó, bramó, rompió... "Ahora está más tranquilo. Esta mañana he hablado con él. Me dice que está bien", cuenta Antonia. Pero esa mañana Manolín es El Lute sentado en cuclillas mientras le fotografiaban -"¡¡¡como un trofeo de caza!!!", insiste Antonia-. Sentiría cómo caía ante él la puerta de una jaula. Manolín, El Lute, un hombre preso de su pasado, de nuevo enjaulado.

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