Decía el gaditano José Antonio Aparicio en un artículo publicado en Diario de Cádiz, que nuestros temporales y maremotos no son sirenas devoradores de hombres, sino más bien se parecen a las riadas que observamos en zonas de interior. El presidente del Instituto Español para la Reducción de los Desastres, una eminencia en esta temática a nivel nacional e internacional, lleva años tratando de alertar sobre las posibles consecuencias de un tsunami, los protocolos, y la urgencia de elaborar planes de actuación en todos los ámbitos como el familiar, escolar y el laboral. Sin dramatismos ni sensacionalismos, solo desde la posibilidad, o no, de que esto vuelva a ocurrir y que nos pille desprevenidos como en 1755.
Los últimos acontecimientos vinculados al volcán de La Palma Cumbre Vieja sacó a la luz un documental emitido en la 2 de TVE con una predicción apocalíptica que hablaba de olas de hasta 50 metros de altura que arrasaría con toda la costa atlántica, desde Florida, al Caribe y Brasil, y que a buen seguro se toparía de lleno con el golfo de Cádiz. Ante este supuesto que vendría si "la ladera del volcán cayera en el mar", el mismo Aparicio fundamentó en sus redes sociales que, "lejos de esta hipótesis tremendista, el experto Charles L. Mader (2001), basándose en los cálculos del ingeniero suizo Hermann M. Fritz sobre el método SWAN, limitaba los efectos de estos deslizamientos del Cumbre Vieja en el peor de los supuestos imaginables a olas de 3 m en el Caribe y a un máximo de 10 m en las costas de África y Europa".
Fundamentaba, además, que en 2002 el especialista en tsunamis George Pararas-Carayannis se lamentaba de que los medios de comunicación hayan hecho de esto "un modo de transmitir una ansiedad innecesaria a la opinión pública, dando además la sensación de que este megatsunami es inminente". Pero la realidad en relación a los efectos del volcán, decía José Antonio Aparicio, es la que vemos, "nada de nada", haciendo además alusión a otros ejemplos recientes de erupción en el Etna, el Stromboli, el eyjafjallajökull, y otros muchos.
Y es que la palabra tsunami ha venido para quedarse, y aunque se nos viene a la mente una gran ola gigante engullendo la ciudad, Aparicio llama a la calma y explica que cuando llega un tsunami a la costa, "el mar se desliza como en un tobogán, se esparce, tiende a equilibrarse, a distribuirse, y sólo golpea y se eleva en altura en el preciso instante en que encuentra un elemento fijo que intercepta repentinamente su viaje, ya sea un talud continental, una berma de playa, un arrecife natural, un acantilado rocoso o un espigón".
Para crecer en altura, explicó desde este medio, primero tiene que cubrir toda la superficie, "y la superficie de las costas andaluzas y mediterráneas es inmensa". Porque, razonemos, "el agua es un fluido que no ha aprendido a trepar; no asciende por las paredes; no se traga ciudades; no es selectiva. Rodea las casas, se acelera en calles estrechas, acude antes a los lugares más bajos, arrastra lo que no está anclado en la tierra y en la práctica se comporta como una inundación relámpago en una rambla, eso sí, de agua salada", sentenció.
Cómo actuar ante la alerta de tsunami
En cuanto la alerta por maremoto nos llegue lo primero que hay que hacer es lo que se denomina una evacuación vertical. En términos generales, con subir a un tercer piso es suficiente, salvo si la edificación está por debajo de este nivel, con lo que hay que subir al menos 4 pisos.
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