Diario de una gran hazaña | Capítulo 46 (10 de abril de 1521)

La flota de Magallanes arriba a Cebú

  • La tercera escala del periplo filipino lleva a la expedición a una población muy rica en oro

  • Cuatro nuevas muertes por escorbuto reducen el contingente de la Armada a 150 hombres

Imagen de la cruz que ordenó levantar Magallanes y que aún se conserva en una capilla al lado de la Basílica del Santo Niño, en Cebú (Filipinas).

Imagen de la cruz que ordenó levantar Magallanes y que aún se conserva en una capilla al lado de la Basílica del Santo Niño, en Cebú (Filipinas). / D.C.

Esto ya es otra cosa. Los poblados nativos que la flota de Magallanes ha ido encontrando desde que culminara su penosa travesía por el Pacífico muy poco tienen que ver con las dimensiones y la prosperidad que representa Cebú, adonde arribaron hace ahora tres días y que supone la tercera escala de este periplo por las islas Filipinas que viene realizando la expedición que busca las Molucas y sus cotizadísimas especias.

La flota de la Armada Española compuesta por tres naves y dirigida por el almirante portugués Fernando de Magallanes ha llegado a Cebú siguiendo los consejos de los jefes de las tribus con los que se han ido topando primero en la isla de Homonhon y posteriormente en la de Mazava. Todos señalaban este camino, el de Cebú, aunque curiosamente esta población ha adquirido más fama por ser una mina de oro antes que por la producción de especias, que más bien parece un tanto escasa.

Una semana exacta permaneció la expedición española en Mazava, donde llegó el 28 de marzo y de donde partió el 4 de abril. Tras reponer víveres y evangelizar a decenas de indígenas, la Trinidad, la Victoria y la Concepción partieron con rumbo oeste aproximándose primero a la cercana isla de Seilani, rodeando luego numerosos islotes y salvando bloques de corales que suponían un serio peligro para la integridad de las naos.

Durante la travesía, que duró apenas tres días, los españoles notaban la presencia de nativos en la costa: unos los saludaban desde lejos, otros les seguían corriendo por las playas o por la jungla, se escuchaban sonidos de troncos con los que de un poblado a otro iban alertando de la presencia foránea, y por las noches se apreciaba la presencia de muchas hogueras en tierra. Y así transcurrió este nuevo viaje que culminó con la llegada a Cebú hace ahora tres días, el 7 de abril del presente año de 1521.

Nada más divisarla desde el mar, los españoles comprendieron que estaban en un sitio diferente. No es que tuviera los avances que hay hoy en las principales ciudades de nuestro país, pero sí es verdad que en Cebú se aprecia más población, algo más de modernidad por ejemplo en la construcción de sus cabañas y, en resumen, más prosperidad. Además, se ve a leguas que los portugueses aún no han pasado por esta zona.

Cebú está rodeada de playas de arena muy blanca y cuando Magallanes preparaba todo para fondear, ya desde tierra le advirtieron de la existencia incluso de un pequeño dique de madera para atracar, aunque debido a sus dimensiones la única nave que pudo hacerla fue la Trinidad. Las otras dos quedaron fondeadas pero siempre a la vista de todos.

El primer choque que se llevó Magallanes fue nada más desembarcar. El cacique o rajah de Cebú, que responde al nombre de Kulambú, acudió a saludarle con una pomposidad jamás vista hasta ahora: cargado de oro y sentado en una silla extremadamente ornamentada y que era portada a hombros por varios hombres.

El saludo inicial y las primeras conversaciones entre ambos jefes resultaron muy frías, sobre todo cuando Kulambú instó a Magallanes a que pagara con armamento una especie de peaje por pisar su suelo. Ello hizo que la expedición española, tanto los que estaban en tierra como los que permanecían a bordo, no se relajaran en ningún momento y estuvieran prestos a atacar si fuera preciso. Pero afortunadamente no se llegó a tal extremo porque se alcanzó un acuerdo inicial que desembocó primero en un intercambio mutuo de regalos, luego en la anulación de ese peaje solicitado y finalmente en un banquete multitudinario en el que fueron invitados 50 hombres de la tripulación española.

Esta cifra de comensales en ese primer almuerzo en Cebú supone un tercio del total del contingente que le queda a la expedición, que sigue reduciéndose de manera alarmante. Ahora sólo quedan 150 hombres tras las cuatro nuevas muertes que ha habido en la última semana y que han afectado a dos sobresalientes (uno malagueño y uno vasco), a un maestre italiano y a un marinero onubense. La nota positiva es que el maldito escorbuto que tanto daño ha hecho a la expedición parece que ya no se va a poder cobrar más víctimas. Los enfermos que quedan son pocos y están evolucionando bien.

Lo que sigue siendo un misterio son los planes de Magallanes. Está claro que no se ha alejado mucho del objetivo principal, que es llegar a las Molucas y cargar sus naves de especias para regresar luego a España, pero también es cierto que sigue deambulando de isla en isla, quizás atraído por conocer nuevas culturas y nuevas tierras o quizás para seguir cumpliendo la otra tarea encomendada por el rey y que es evangelizar a cuantos más indígenas mejor. De momento, y como ya ha realizado en otras aldeas, Magallanes ha ordenado instalar una gran cruz de madera en una de las zonas más altas de Cebú. El rajah Kulambú, con el que el almirante portugués parece haber congeniado rápidamente, no ha puesto pegas. Da la impresión de que quiere pedirle algo a Magallanes, pero nadie sabe de qué se trata.

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