Diario de una gran hazaña | Epílogo
Así acabó una gesta que hizo cambiar el concepto del mundo
Primera Vuelta al Mundo | Tribuna libre
Estamos viviendo unos tiempos en los que historiadores con más o menos resentimiento, ignorancia, partidismo o inquina, intentan, desde libros de textos, artículos de opinión, tesis y publicaciones diversas, desacreditar, y a veces anular, el destacado y fundamental protagonismo de España en la historia del planeta. Pero también es verdad que es grave defecto nuestro el no saber rentabilizar la importancia de nuestras hazañas y descubrimientos, haciendo caso omiso a su divulgación. Por eso hay historiadores que conceden el mérito de la Primera Vuelta al Mundo a los portugueses. Nada más aislado de la realidad. Portugal era por entonces nuestro rival. El rey Manuel I hizo intentos para acabar con el proyecto, al igual que con Magallanes. Nuestro país financió la operación y además incorporó la tecnología y conocimientos cosmográficos que Portugal y su rey rechazaban. Es importante en este sentido leer la obra del filósofo y divulgador Pedro Insua El orbe a sus pies (2019), defendiendo además que Magallanes era español porque se naturalizó así.
Magallanes tuvo el gran acierto de elegir un solo cronista oficial, Antonio Pigafetta, que le adoraba y le consideraba como un padre, aunque la animadversión hacia Elcano es incomprensible. Pero a él se debe la más completa información de lo acaecido durante este viaje, que lo iniciaron al parecer 247 hombres, entre ellos cinco gaditanos, aunque la cifra no es exacta, y lo concluyeron 18.
El estímulo de superación de estas personas es digno de admirar. Su esfuerzo, su motivación y el orgullo de contribuir al engrandecimiento del Imperio y ensanchar las fronteras de la cristiandad, estuvieron muy por encima del comercio o negocio que el descubrimiento podía reportar. Pigafetta insistía en que la tripulación "se aferraba con ahínco al honor" anteponiéndolo a la vida.
Las calamidades que tuvieron que soportar fueron múltiples: la deserción de la nao San AntonioSan Antonio, el naufragio de la Santiago Santiago, el abordaje de la Trinidad en la Molucas por parte de los portugueses, la pérdida de la Concepción, quemada en Filipinas, el fuego de San Telmo, la sublevación de los capitanes Cartagena, Coca, Mendoza y Quesada, con sentencia de muerte para los dos últimos, la absurda muerte en Mactán de Magallanes, a quien la soberbia le llevó a calcular mal la capacidad de sus fuerzas, la traición de su esclavo Enrique de Malaca, que se alió con el rey de Cebú muriendo en la emboscada treinta hombres, entre ellos Duarte Barbosa, sucesor de Magallanes, que compartió la jefatura con Juan Rodríguez Serrano, de Fregenal (Badajoz), que murió tres días después... pero además a todo ello se unió un enemigo invisible: el escorbuto, muy ayudado por la terrible hambruna.
La vitamina C aparece con la capacidad de sintetizar ácido ascórbico en los vertebrados terrestres al término de la era paleozoica como respuesta al enorme aumento de oxígeno atmosférico. Esta crisis tóxica llevó a la extinción en masa de los organismos en el periodo pérmico y sólo aquellos tetrápodos que desarrollaron un sistema antioxidante sobrevivieron. Es ahí donde surge la enzima gluconolactona oxidasa que sintetiza la vitamina C, pero el mono, algunas especies de cerdos, varias especies de aves y el hombre y la mujer pierden esta capacidad para producir la enzima a causa de una reacción. Es decir, hay una alteración congénita en los mismos del metabolismo de los carbohidratos que nos obliga a tener que ingerir vitamina C. Su ausencia conduce a una alteración en la hidroxilación del colágeno –que es como el cemento que aquí uniría los ladrillos celulares– no pudiéndose conseguir la estructura normal de los tejidos y dando lugar a manifestaciones hemorrágicas, fragilidad capilar y mala cicatrización de las heridas. Es el escorbuto.
Tenemos unas necesidades diarias de vitamina C: 30-35 miligramos en lactantes; 40-45 miligramos en niños; 51-60 miligramos en varones adultos; 60 miligramos en hembras, a todas las edades; 70 miligramos en embarazadas; 90-95 miligramos en mujeres durante la lactancia... Estas necesidades se cubren con una pequeña ingesta de frutas y vegetales. La leche, algunas carnes –hígado o riñón– y pescado también la contienen, pero tras un almacenamiento prolongado pierden casi la mitad de la vitamina C, pudiéndose conservar el resto en alimentos procesados, hervidos, cocción al vapor o a presión, mermeladas, congelación, deshidratación y enlatado.
La travesía del Pacífico duró demasiado. La tripulación se enfrenta al mayor enemigo del siglo XVI: el escorbuto o 'peste de las naos', una enfermedad que causa estragos y que finalmente les provocará una muerte lenta y dolorosa. Conocida desde la antigüedad y siendo para ellos un verdadero enigma, los marineros que empezaban a notar sus síntomas se avergonzaban de haberla contraído y la ocultaban. Causó más muertes en los marinos que todos los combates y tempestades. El testimonio de Pigafetta es de gran interés: "Pero por encima de todas las penalidades, ésta era la peor, que les crecía a algunos las encías sobre los dientes –así los superiores como los inferiores de la boca– hasta que de ningún modo les era posible comer y morían de esta enfermedad".
Y es aún más demostrativo lo descrito por Andrés de Urdaneta con ocasión de la posterior expedición de García Jofré de Loaysa, en la que murió Juan Sebastián Elcano de escorbuto, aunque otros hablan de intoxicación por la ingesta de un pez carnívoro, la barracuda. "Toda esta gente, unos 30 desde la salida al océano, murió de crecerse las encías en tanta cantidad que no podían comer ninguna cosa, y además con intenso dolor de pecho. Yo vi sacar a un hombre –continúa Urdaneta– tanto grosor de carne de las encías, como un dedo, y al otro día tenerlas igual de crecida, como si no se hubiera sacado nada".
El hambre fue fiel acompañante de la flota de Magallanes durante su travesía por el Océano Pacífico: "El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino polvo mezclado con gusanos, que lo habían devorado. Tenía un olor insoportable empapado en orina de rata. El agua, pútrida y hedionda. La sed hizo que se bebieran su propia orina. Las ratas pasaron a ser alimento de lujo, pagándose por ellas hasta medio ducado", narra Pigafetta. Y el 'gigante patagón' –un hombre de 2,50 metros de estatura que incorporaron a la tripulación y que pertenecía a aquel grupo de gentes que Magallanes avistó al pasar por el sur del continente americano– también murió no sin antes pedir besar la cruz y rogar que le bautizaran, lo que demuestra que el sentimiento evangelizador siempre estaba presente entre ellos y ayudó en los momentos más amargos de la travesía.
Desde finales del siglo XIX se pensaba seriamente que el escorbuto era una enfermedad carencial. Poco tiempo después, y tras bastante estudios, se identificó el componente del que se carecía: el ácido ascórbico. Su autor fue Szent-Gyorgyi, en 1928. En 1932 Waugh y King aislaron la vitamina C identificándola con el ácido ascórbico previamente descubierto, y finalmente Haworth y Herbert descubrieron su fórmula química.
Aparte de lo dicho, la sintomatología del escorbuto viene dada por la presencia de pápulas foliculares queratósicas y caída del cabello; púrpuras en la parte posterior de las piernas que confluyen formando equimosis, hemorragias y ulceraciones en brazos, piernas y articulaciones, con flebotrombosis; hemorragias ungueales y la afectación de las encías solamente en las personas que tienen dientes, con hinchazón exagerada, hemorragia y aflojamiento de los dientes; hemorragias en vísceras y cerebro, ictericia, edemas, convulsiones, shock y muerte. Y su tratamiento más espectacular siempre es la vitamina C.
Está generalmente aceptado que el médico escocés James Lind (Edimburgo, 1716) inició el camino para la curación del escorbuto. Su trabajo fue con seis parejas afectadas por el proceso a las que suministró tratamientos diferentes. Sólo una de las terapéuticas consistió en zumos de naranjas y limones. Pues bien, esta última pareja sanó. Su trabajo, A treatise of the scurvy, lo publicó en 1753. Dificultades en la conservación de la fruta a bordo y la creencia en otras causas como el aire enrarecido o el confinamiento en los buques, hizo que abandonara la Royal Navy y su tesis doctoral la hizo sobre enfermedades venéreas. Actualmente se duda de que realizara aquella experiencia. Sin embargo, uno de sus discípulos, Gilbert Blane, consiguió que se aprobara como obligatoria en todos los buques la distribución de zumos de naranja y limón, reemplazados luego por limas, cuando ya Lind no existía, en 1795.
Volvemos al principio. Esta es la historia oficial, resumida, donde además hubo otros descubrimientos anteriores, pero ni una sola referencia a lo que España aportó al conocimiento y terapéutica de esta enfermedad. Quizás todo hubiera seguido así si no hubiera sido por un artículo publicado en 1980 en la Revista General de Marina por el gran epidemiólogo Julián de Zulueta y Cebrián, conocido como 'el señor de los mosquitos' y que fue alcalde de Ronda de 1983 a 1987. En él describe que encontró en el Archivo de Indias de Sevilla que el tratamiento del escorbuto con naranjas y limones era habitual en el siglo XVII en el Galeón de Manila y las flotas españolas que allí operaban. Otro ejemplo es Pedro García Farfán, que nació en Sevilla en 1532, ingresó al fallecer su esposa en la Orden de los Agustinos, era médico y publicó en 1579 su Tratado breve de anatomía y cirugía, donde se recomienda el uso de naranjas y limones para el tratamiento del escorbuto. Sin embargo es Lind quien lo da como primicia dos siglos después. Y es más, tenemos también el caso del capitán Sebastián Vizcaíno, en 1602, con el uso de una frutilla (xocohuitzles); o lo recogido en las Conversaciones de Ulloa, donde se recomienda la administración de zumo de limón puro como preventivo del escorbuto, la primera vez que se encuentra en la literatura médica, en 1758; o la extraordinaria aportación de Pedro María González Gutiérrez (Osuna, 1760) en la misma línea.
La historia universal y la historia que hoy día se enseña en parte del territorio nacional, que es lo más hiriente como comentaba al principio de este artículo, parece que gozan eludiendo o arrinconando nuestros mejores logros. Para colmo, cuando los 18 héroes llegaron a Sanlúcar se encontraron con la leyenda, sustentada en el engaño, que los desertores de la San Antonio habían propagado por nuestra geografía. Por eso siempre digo, por lo leído sobre ello, que hubo tres vueltas al mundo: una que pasó desapercibida y que fue dada por Fernando de Magallanes y su esclavo Enrique de Malaca, adquirido en Filipinas, cuando un lustro después llegaron nuevamente a esas islas; otra, la verdadera, que finalizó Juan Sebastián Elcano; y una tercera vuelta al mundo protagonizada por el escorbuto, que se negó a abandonarlos durante toda la travesía.
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