La tarde de los aficionados anónimos

El escaso público que acude a la plaza sale con la impresión de que ir a los toros siempre puede ser provechoso

Fernando González Viñas

25 de mayo 2012 - 01:00

Siempre hay un motivo para ir a los toros dicen los optimistas redomados. Ayer, incluso los pesimistas, pudieron ver cosillas. ¿Y qué lleva a la afición a los toros desde hace unos cuantos siglos? Pues eso, cosillas. Como ayer era novillada, había poco público, pero sí bastantes aficionados a ver cosillas. La afición no es que disfrutara, pero ya se sabe que a los toros no va uno a divertirse, que decía Manolete. Los toros son una cosa muy seria y una novillada como la de ayer gusta más a los aficionados que la charlotada del domingo pasado. Por cierto ¿por qué este año tampoco ha venido el bombero torero? Luego quieren que los niños vayan a los toros, ¿pero qué niño comprende una ópera? ¿No sería mejor empezar por la canción de cuna que son las charlotadas del bombero torero?

El caso es que ayer fue un día de aficionados anónimos y costaba trabajo ponerle nombre a los que estuvieron. Eso sí, estuvieron los sospechosos habituales, que decía el capitán Resnais en Casablanca. Es decir, El Puri, con su sombrero cordobés y su traje de color vino tinto; José Antonio Soriano, que fue quien promulgó el reglamento taurino andaluz; Rafaelito Lagartijo, sobrino de Manolete y decano de los matadores de toros cordobeses; José María Montilla y también José Luis Torres, un torero amanoletado y desgraciadamente algo olvidado. Ahora estrena apoderado. Ojalá tenga suerte.

Entre los cargos públicos el más destacado, en sentido de tener mando en plaza, era el subdelegado del Gobierno, sometido él al estricto orden del callejón que le obliga a estar encerrado en el burladero de autoridades. Y entre los aficionados más entrañables estaban los pertenecientes a Promi, invitados por la empresa como hacían constar en una pancarta. Estuvieron muy compuestos toda la tarde, sin demandar orejas que no procedían. Nada que ver con los seguidores de uno de los novilleros, que se empeñaron en confundir la plaza de toros con un campo de fútbol y vociferar "a grito pelao" el nombre de El Zorro. Una vez coló, pero a la segunda, los aficionados, esos que ayer poblaban -es un decir- el tendido, les mandaron callar y les chiflaron, como diciendo que ayer se había ido a ver cosillas y las cosillas, precisamente, no se distinguen a voces, ni con pasodobles agradaores, ni con aplausos desganados. Las cosillas son la esencia del toreo, son instantes, miradas de aprobación, alegría interior por los buenos novillos que salieron o por lo acertado del comentario del vecino de al lado, y también, como no, por algún detalle de los incipientes novilleros. Así que ayer triunfaron las cosillas, los aficionados, el misterio de la Tauromaquia, que es algo así como no ha ocurrido nada realmente extraordinario pero estábamos allí por si acaso. Unas aficionadas en el tendido 4, entradas ya en años, comentaban que "cuando toreaba El Cordobés no se podía entrar por las puertas, estaban taponadas de gente". Son otros tiempos estos y precisamente José María Montilla comenta en la entrevista que saldrá el domingo en este diario que esta ciudad era ideal para aquella plaza de Los Tejares, pero que el éxito de El Cordobés cambió por ésta. Pero es lo que hay y hay que conformarse. Y habrá que hacer como hizo ayer la jovencita Rocío Romero, guapamente vestida de faralaes y aspirante a ser torero/torera, que maneja bien el capote y que ayer se conformaba con ver cosillas y disfrutar anónimamente de la novillada.

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