Toros

La otra gran feria taurina de Bilbao

  • Es una de las mejores exposiciones organizadas hasta la fecha sobre la presencia del toro en el mundo del arte · Supone la mejor respuesta ante la arrogancia antitaurina del Parlamento de Cataluña

LA mejor respuesta ante la arrogancia antitaurina del Parlamento de Cataluña la ha proporcionado, de forma tan discreta como inteligente, el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Como una réplica silenciosa y sabia a las voces estridentes de los prohibicionistas, en el País Vasco se ha preparado una de las mejores exposiciones organizadas hasta la fecha sobre la presencia del toro en el mundo del arte, que se cierra el 5 de septiembre. En una serie de salas que se recorren con ánimo a la vez exaltado y sobrecogido, gracias a una iluminación muy acorde, el visitante puede peregrinar por un santuario taurino fabricado sólo con cuadros, esculturas y grabados. Durante todo el apasionante recorrido, le acompaña el temor de profanar el aura que transmiten cada una de los más de dos centenares de piezas, todas singulares pero también complementarias. Porque se ha tratado no sólo de exhibir calidad artística, también que las obras documenten, unas junto a otras, la larga relación entre hombre y toro. Una relación universal tanto en el tiempo como en el espacio geográfico, y que permite -como indica la introducción al catálogo- situar "el ritual moderno de la tauromaquia en la extensa historia que la precede".

Aunque el visitante no sea sensible al arte, incluso aunque fuese un profano de la tauromaquia, el itinerario crea expectación y recogimiento reflexivo. Dos actitudes de las que tan necesitada está la fiesta de los toros. Pero además, la exposición posibilita, en paralelo, visualizar el desarrollo histórico del toreo, compuesto por seis apartados: Los orígenes, Los lugares, Los personajes, La lidia, La tragedia y la gloria y Después de la fiesta. Hay muestras de todos, o casi todos, los grandes artistas que se han confrontado con la imagen plástica del toro; aunque se insiste más en la recuperación que el arte contemporáneo ha hecho de las imágenes y símbolos taurinos. Sin romper por ello un tono de equilibrio, en el que lo antiguo y lo moderno se compaginan, sin que se perciban saltos ni incongruencias. Posiblemente el integrador montaje de la exposición, austero y bien pensado, sin diseños ostentosos ni arbitrarios, ayuda a que se perciban muy bien las obras, como piezas individuales y como partes de un conjunto.

El origen de la exposición está en la conmemoración del centenario del Club Cocherito de Bilbao, fundado en 1910 para rendir homenaje y conservar la memoria de aquel popular torero bilbaíno, cuyo apodo encubría el nombre de Cástor Jaureguibieitia. Posiblemente el entrañable proyecto inicial cobró fuerza hasta adquirir la ambiciosa envergadura actual, que tan sorprendido deja al visitante. Pero sobre todo esconde una gran lección, una lección ejemplar para el mundo taurino y las instituciones relacionadas con él. Porque es una de las respuestas que cabe dar ante la ofensiva antitaurina. Da pena escuchar a esos defensores castizos de la fiesta que a duras penas van más allá de enunciar dos lugares comunes: "el toreo es cultura" y "la corrida es una tradición española", dos argumentaciones de escasa validez para conjurar el peligroso momento que atraviesa la tauromaquia.

Durante décadas, el taurinismo -convencido de que el éxito de sus negocios podía alargarse eternamente, gracias a la actitud complaciente y resignada de los públicos y a la inhibición de las autoridades que toleraban todos sus desmanes- no se ha planteado ni regenerar la fiesta ni que ésta debía ser apoyada desde otras perspectivas. Y ahora se encuentran desprovistos de ideas, argumentos y razones que oponer ante unos contrincantes que no van a cejar en su empeño de prohibir las corridas de toros en toda España. Los animalistas se sienten cada vez más envalentonados porque decir, de vez en cuando en la prensa, que la tauromaquia cuenta con una "gran tradición cultural", no va a paralizar su ofensiva. Deben tomarse otras medidas, no para convencer a los antitaurinos: tarea a estas alturas ya imposible. Pero sí para que la opinión pública, que es la que un día más o menos próximo va a decidir si se suprimen las corridas, tenga argumentos y pruebas del hondo significado que encierra la tauromaquia. A este respecto, la exposición del Museo de Bellas Artes de Bilbao señala un camino ejemplar. Con apuestas de este tipo se recupera una imagen creadora y civilizada de la Fiesta que nunca debía de haberse perdido. ¿Cuántas otras instituciones vinculadas al mundo de los toros están dispuestas a seguir por ese camino?

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