Novillada de abono en la Real Maestranza de Sevilla

Curro Durán: una oreja que debieron ser dos

  • El veterano novillero utrerano brinda una gran noche de toros ante un buen encierro de Fermín Bohórquez con el que sus compañeros se fueron de vacío

Curro Durán con su oreja.

Curro Durán con su oreja. / Juan Carlos Muñoz

La definitiva entrada del verano hace cobrar sentido al horario nocturno de estas novilladas que sirven para radiografiar el presunto relevo de uno de los escalafones de matadores más avejentados de todos los tiempos. Pero ésa es otra historia. En los corrillos se hablaba de toros; también de política. O de las dos cosas. Los aficionados más veteranos recordaban nítidamente -hace ya casi 30 años- la rotunda salida por la Puerta del Príncipe de un novillero llamado Vicente Barrera, nieto del cuerpo, que ayer mismo había sido ungido como vicepresidente del gobierno valenciano gracias a esa entente cordiale de los peperos con Vox, su partido, que ha espoleado a los indignaditos de guardia.

Eran historietas que entretenían la espera en la orilla de la tarde, aguardando la salida del primer bohórquez que tenía que estoquear el veterano novillero utrerano Curro Durán. Hace ocho años justos se presentó como novillero con picadores en la plaza de la Maestranza y la novillada de este jueves, de alguna forma, sólo podía ser un espaldarazo para una alternativa que no se puede demorar o una invitación a la reflexión. Pero la moneda iba a salir cara.

Curro iba a lancear con personalidad a ese primero, bien lidiado por Curro Javier, al que hizo muy bien las cosas desde el primer muletazo formal, después de iniciar la faena con pases cambiados por la espalda. El novillo, tan noble como flojo, se paró demasiado pronto pero el utrerano mantuvo la firmeza de plantas, el temple de los engaños y la rotundidad del trazo en una labor que brilló más por el lado izquierdo en muletazos tersos, dichos muy para dentro. Cerró con una suerte de bernardinas sin espada y tomó la ídem para dejar un espadazo entero que, pese a la larga agonía del animal, validó la oreja.

El cuarto, que enseñó calidad y recorrido en el capote de Chacón, fue banderilleado con brillantez por Curro Javier que recibió el brindis de su jefe de filas. Durán apretó el acelerador pero el novillo, quizá, exigía otras distancias para romper hacia delante. Pero la mano izquierda, una vez más, iba a oficiar de talismán acompasando la ralentizada embestida que el utrero ofrecía por ese lado. Los muletazos surgieron con lentísima cadencia, perfectamente enhebrados a la medida calidad de su enemigo. Hubo sabor en los ayudados finales y un metisaca atravesado antes de la definitiva estocada, que fue fulminante. La oreja era de cajón pero el presidente, Fernando Fernández Figueroa, se empeñó en negar el trofeo que pedía toda la plaza. Ya lo dijo El Gallo: los cojones en Despeñaperros...

El segundo espada era Diego García, un madrileño de San Sebastián de los Reyes que debutó en la plaza de la Maestranza con una larga cambiada en el tercio. El novillo se derrumbó a la salida de ambos puyazos pero anunciaba cositas buenas. García lo esperó en los medios, la muleta en la derecha, comprobando el notable pero declinante tranco del animal. El acople llegó al natural, cuajando una breve pero acompasada serie que remató con un gran pase de pecho. El toreo siguió fluyendo sobre ese lado pero no tuvo la misma continuidad sobre la diestra mientras el bicho empezaba a tirar del freno hasta acabar rajado. Un pinchazo precedió al espadazo. La cosa quedó en aplausos. Le quedaba el quinto, brindado al gran Paco Ojeda. Fue un novillo tardito, algo protestón y definitivamente deslucido al que le faltó emplearse de verdad en los engaños. Con esa embestida cansina y desclasada había poco que hacer.

También era nuevo en esta plaza el novillero vallisoletano Daniel Medina que se las vio con un tercero que delataba la sangre Murube en sus hechuras acarneradas. El chaval brindó a su criador, Fermín Bohórquez, y comprobó desde el primer pase que se habían pasado de ricino en el caballo. Pero el bicho tenía un fondo de calidad que el pucelano sólo extrajo intermitentemente en una labor muy discontinua. Medina iba a cerrar la noche con un sexto que tuvo la virtud de humillar inicialmente en los capotes y el defecto de andar suelto por el ruedo en un calamitoso primer tercio. Pero esa embestida, tan intrascendente como desordenada al final, sólo iba a propiciar una faena incolora, inodora e insípida cuando la noche empezaba a pesar demasiado.

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