Viviendas singulares

La casa cueva de las mil vistas en Arcos

Encarna, la propietaria de una casa cueva de Arcos, disfrutando de las magníficas vistas que se observan desde la oquedad abierta en la Peña, con el río Guadalete debajo.

Encarna, la propietaria de una casa cueva de Arcos, disfrutando de las magníficas vistas que se observan desde la oquedad abierta en la Peña, con el río Guadalete debajo. / Miguel Ángel González

La casa de Encarna, en Arcos, es noticia hasta para los chinos. “Aquí han venido a grabar todas las televisiones que te puedas imaginar: inglesas, alemanas… ¡yo que sé!, ¡hasta los chinos que se volvieron loquitos cuando vieron esto!”, dice la propietaria de una vivienda muy singular ubicada en la calle Altozano, en el corazón del casco antiguo de la localidad serrana.

¿Y qué tiene de especial esta vivienda que no tengan las miles de construcciones que se desparraman por toda la Peña de Arcos? Pues que cuenta con una parte del inmueble encajado en las mismas tripas de la Peña, con una cueva de unos 30 metros de longitud que se recorre a pie y donde hay tramos que es vital agacharse para no darse con la mole de piedra en la cabeza para llegar, al final de la misma, a una gran sorpresa.

Para quien la visita por primera vez, la casa cueva de Encarna revela tras esos metros de cavidad bajo el peso de la piedra un secreto: la apertura de una gran oquedad a muchas decenas de metros del suelo que mira al infinito, donde el ojo juega con los matices que da la vega de Arcos, con la naturaleza, las huertas de naranjas que se esparcen abajo en los campos, con el río Guadalete. Una oquedad de película, que atrapa por los paisajes que se ven desde la misma y la sensación de estar, un poco, con un pie casi en el vacío. Un gran agujero en una de las caras de la bella Peña de Arcos, la formación geológica de un kilómetro y medio de longitud y 100 metros de altura, donde el ser humano decidió un día labrar y serpentear su caserío sobre la piedra. Un talud que está declarado oficialmente Monumento Natural moldeado por el paso del río Guadalete.

La casa cueva finaliza en un inmenso agujero abierto en la Peña, desde donde se ven las vistas. La casa cueva finaliza en un inmenso agujero abierto en la Peña, desde donde se ven las vistas.

La casa cueva finaliza en un inmenso agujero abierto en la Peña, desde donde se ven las vistas. / Miguel ángel González

Encarna, que le faltan varios años para ser octogenaria, adquirió su casa con su marido en el 1975 y ya estaba la cueva tal como ahora se puede apreciar, sin alteraciones por la mano de propietarios anteriores. Ella es directa cuando el profano en la materia se interroga sobre la maravilla que la Peña de Arcos deja ver en uno de sus costados con esta caverna, que en uno de los primeros tramos de la misma utiliza ella y su vecino Fran para tender la ropa.

De los orígenes de esta formación geológica, la mujer lo explica con un desparpajo que lo entiende cualquiera. “Yo creo que aquí estaba todo cubierto de agua cuando el mundo que conocemos no era mundo. Cuando empezaron a bajar las aguas, quedó la Peña y todos estos boquetes al descubierto. Aquí había muchas almejas pegadas, hay fósiles. ¿Ves las huellas?”, apostilla, señalando al techo.

En este paseo por el hogar de Encarna, donde crio a sus hijas que nunca entraron solas de pequeñas a la cueva por temor al vacío pese a un murete de piedra que hay, “ni tampoco hoy dejo a ningún niño entrar si no viene con el padre o la madre”, dice, se atisba un tipo de vivienda muy característica del casco antiguo de Arcos como son las casas de vecinos. En el inmueble vive también, en la parte de arriba, el inquilino Fran, un murciano que recaló hace un tiempo en la zona y está encantado con el acogimiento de los vecinos del pueblo.

“Por encima de la cueva hay varias calles con sus casas levantadas, y un mirador, con vistas a Arcos”, dice Fran, que acompaña a Encarna durante el recorrido troglodita. Apunta, al minuto, la mujer a un lienzo de pared. “Yo creo que los árabes ocuparon estos sitios, se ve que ha estado gente viviendo aquí”, cuenta nuestra particular Cicerone, mientras revela al foráneo que desde el gran ventanal de su cueva se ve hasta el recinto ferial, “donde se ponen los puestos del barato de los viernes y la plaza de toro” cuando es San Miguel, el patrón de Arcos. “Y mira allí, en los días claros se ve poco bien Medina Sidonia y la Sierra”, añade la simpática mujer, que le abre su casa a quien quiera para admirar esta singularidad.

“A la gente le encanta venir. Me dicen ‘que cosa más bonita, que cosa más bonita’. Todo el mundo viene preguntando por la casa de Encarna. Me vais a poner famosa entre todos (risas, risas). Es la única cueva de Arcos que tiene tanto recorrido dentro de la Peña y encantada se la enseño a quien quiera”, nos cuenta la dueña del espacio, a quien ya en estos días un conocido suyo le ha pedido que si puede enseñar la cueva a un autobús de forasteros que quieren visitarla. En la actualidad, esta cavidad se aprovecha para guardar algunos enseres y tender ropa.

“La gente alucina cuando entra y me pregunta que qué tipo de sensación tengo al vivir en una casa con una cueva. He tenido mucha suerte, que el camino me haya puesto esto delante. Todo el mundo es súper abierto en Arcos. Eres uno más y por eso me he quedado. Aquí, en la cueva, en verano, es una maravilla. Nos sentamos en el patio y no hace falta nada, hace una corriente buenísima, no hace falta ventilador ni aire ni nada. Tendemos la ropa al inicio de la misma y se seca muy pronto”, añade Fran.

La propietaria tiende ropa al inicio de la cueva. La propietaria tiende ropa al inicio de la cueva.

La propietaria tiende ropa al inicio de la cueva. / Miguel Ángel González

La mujer propietaria emigró con su marido a Francia buscando un porvenir y cuando compraron esta casa se volvieron para Arcos. Poco a poco ha ido limpiando distintas partes de esta cavidad, que complementa a la vivienda. La casa vecinal aún conserva en una estancia una gran cocina comunitaria donde los moradores guisaban antaño. “Era de carbón. Pero entró ya el butano y cada uno se cocinaba por su lado. Te enseño otras reliquias como esta moto francesa, que guardo de mi marido. Esto tendrá yo qué sé los años…”, afirma Encarna.

La visita concluye en el patio vecinal que da acceso a la cueva. Encarna, una señora sumamente desprendida, ofrece al invitado pasar a sus propios aposentos, donde hace vida a diario. “Ya que han llegado hasta aquí les enseño el resto de mi casa. Como dice el refrán: de perdidos al río”, espeta a la prensa interesada en su casa tan especial por tener una cueva, con una ventana, con mil vistas por descubrir.

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