Coronavirus

Villaluenga: la vida en tiempos de cuarentena

  • Los vecinos del pueblo más pequeño de la provincia hacen la crónica de su confinamiento

Una joven recluida en la terraza de casa con un libro

Una joven recluida en la terraza de casa con un libro / Antonio Benítez Román

Un libro y un escalón. Ella, una joven vecina del pueblo más pequeño de la provincia de Cádiz, Villaluenga del Rosario (500 habitantes), pasa este lunes atípico al sol en el umbral de la terraza de su casa. Las letras son la mejor arma para combatir al enemigo.  Es el primer lunes de la crónica de una batalla social para combatir al ‘bicho’, ese que se ha colado en nuestra normalidad y nos ha puesto el mundo patas arriba. Hay silencio en las calles de Villaluenga, mucho, demasiado. Ni un alma. “Los niños, ese barullo. Ése es el que se echa de menos”, confiesa María, de 54 años, la madre del único panadero que hay en el pueblo, que cogió junto a otro familiar el negocio a principios de enero tras un traspaso.  

Los pequeños. Esos niños que llenan los tres parques que ha tenido que precintar Antonio Benítez, el único policía municipal del pueblo, andan en sus casas. Son unos 60. La mitad va al colegio del pueblo, la otra mitad se desplaza a estudiar enseñanzas medias al cercano Ubrique. Villaluenga es un pueblo con un alto porcentaje de personas mayores, casi el 40%. Eso implica que hay que extremar las medidas en esta cuarentena contra el coronavirus. Son población del riesgo. El Ayuntamiento, que lo sabe, ha dictado dos edictos ya para concienciar a sus vecinos. Lo ha dicho, también, puerta a puerta. En cada uno de los 220 domicilios de este reino de la cal y de la producción quesera hay una fotocopia de ambos bandos municipales, uno emitido el día 12 y otro el 15. “El personal del Ayuntamiento los ha repartido casa por casa, explicando las medidas adoptadas por las autoridades para garantizar el suministro, explicar las restricciones y concienciar de que nos quedemos en casa. Si la puerta estaba cerrada, hemos vuelto otra vez para asegurarnos de que todo el mundo lo ha entendido. La población de riesgo aquí es muy superior a la media de la provincia. La mayoría de ancianos viven con familias. Los que tienen más dificultades los cubre el Ayuntamiento con la ayuda a domicilio”, añade Alfonso Moscoso, alcalde del municipio y senador por Cádiz.

Los abuelos. La población vulnerable en esta cuenta atrás de lucha. “Pues están nerviosos. Asustados. La beneficiaria que tengo que atender a las doce me ha llamado, que dice que le toca lo de la tensión, qué que hace”, explica Pepa Gil, una de las cuatro auxiliares de ayuda a domicilio que hay en la localidad. Ella, este lunes de confinamiento doméstico y encierros, cumple con su deber de prestar servicio. No los puede dejar en la estacada.  Menos ahora. Aunque sea difícil trabajar manteniendo unas distancias que a veces se hacen casi imposibles.  Pepa cumplirá con cuatro visitas domiciliarias, de entre una y dos horas cada una, dependiendo del grado de necesidad de estos mayores. Ya ha ido a la farmacia por medicamentos para uno. Y no había colas. Las calles de piedra están desiertas. Nada. Nadie. “No hay colas porque normalmente aquí no las hay. Me he encontrado sólo a otra compañera que tenía que trabajar. Ha esperado fuera y ha entrado cuando he salido. Las distancias en estos días son muy fáciles de respetar. Aquí es lo normal porque hay poca gente”, apostilla.

Colas. En Villaluenga del Rosario las colas son para el queso. Una vez al año, el pueblo más pequeño de la provincia gaditana se convierte con su Feria Quesera en una señora capital, de las de apretujones, tráfico hasta la bandera y aparcamientos llenos. Con una decena de queserías en su término, esta localidad es la capital del queso payoyo y de los ganaderos. Estos últimos sí que tienen que salir por necesidad estos días de reclusión social. “Tienen que seguir su gestión de atender el ganado. Lo hacen los 365 días del año. No hay otra opción. Y más ahora. Las ovejas han parido en estas fechas y hay que asistirlas. Hay que recoger la leche…”, cuenta el alcalde.

Abastecimiento. En Villaluenga, además de la farmacia y la panadería, que también vende comestibles, hay otro supermercado al que se puede acceder según las normas decretadas en el estado de alarma. La panadería anda este lunes de descanso. Es el día que libran sus propietarios. El fin de semana ha sido más movido de lo normal. El pan se vendió todo. “La gente ha permanecido en la puerta mientras se despachaba a otro. Somos tan poquitos que no ha habido problemas”, confiesa María, la madre del panadero, que añade que las estanterías del negocio andan un poco más vacías que de costumbre por los acopios. “Los viajantes de fuera tienen sus días para venir. Si no llegan a lo mejor hay que ir a Ubrique para reponer cosas”, concluye.

La normalidad. El alcalde de Villaluenga dice ser consciente de que el panorama en las calles de su pueblo como en el resto de municipios de España es "deprimente", es la nada. “Pero a su vez tiene que ser así. Es el esfuerzo personal que tenemos que hacer todos, que será el éxito del mañana para acabar con el virus”, reflexiona.

 

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