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El capote de la ilusión

Jesús Ramírez no quiso ver los toros desde la barrera y, a pesar de la parálisis braquial del brazo derecho, se ha entregado a su gran pasión: el toreo

El capote de la ilusión
Arturo Rivera San Fernando

21 de julio 2013 - 01:00

Fue un problema del parto. El niño era demasiado grande, pesaba cinco kilos y la cosa se complicó. Jesús nació con una importante lesión, una parálisis braquial completa del brazo derecho. No podía moverlo. La primera vez que le operaron tenía nueve meses. Con el tiempo, los quirófanos y un eterno proceso de rehabilitación que marcó su niñez consiguió ganar movilidad. Fue el primer toro de su vida.

En la escuela de tauromaquia de La Isla, donde desembarcó con apenas seis años, es uno más. No hay diferencias entre la veintena de chavales que sueña con triunfar algún día en los ruedos. Todos tienen la misma ilusión, el mismo entusiasmo, la misma pasión… Todos se mueren de ganas por dar varios pases en un tentadero, todos anhelan la oportunidad de participar en una novillada para sacar afuera lo que llevan dentro. La falta de movilidad de su brazo derecho no es sino un problema que se supera y compensa con valentía, esfuerzo, tenacidad...

Porque Jesús Ramírez Rivero tuvo claro desde niño lo que quería ser de mayor. Supo que las barreras -las de la plaza de toros y las otras, las barreras invisibles que dibuja la discapacidad- no estaban hechas para él. Su lesión no iba a -no podía- ser un impedimento para entregarse por entero a su pasión por los toros y decidió echarse al ruedo.

Hoy, a sus 17 años, con un 33% de minusvalía reconocida y una diabetes diagnosticada que le obliga a pincharse varias veces al día, no duda a la hora de agarrar el capote y tirarse a la arena de la plaza. Él mismo le ha hecho un apaño, un par de agujeros en uno de sus extremos que le permite aguantarlo con la diestra. "Un banderillero me regaló una vez un capote viejo, que tenía un boquete por el que podía cogerlo fácilmente. Aquello me dio la idea", cuenta.

Y con el capote bajo el brazo entró en el hospital hace tan solo unos meses, en la pasada primavera. Fue la última vez que pasó por el quirófano. Aprovechaba y practicaba por los pasillos y en la sala de espera, porque si algo caracteriza a Jesús, además de su desbordada pasión por los toros, es su tenacidad y su constante afán de superación. Lo dicen los suyos, su familia, que día a día ve cómo lo da todo por dedicarse -por consagrarse- a su gran afición. "Tiene muchísima fuerza de voluntad", dice Antonio, su padre.

Gracias a esta última intervención a la que fue sometido consiguió aumentar notablemente la movilidad del brazo. "Ahora no se tiene que agachar tanto cuando da los pases", explica. Es más fácil para él. Pero también, a causa de esta última operación, ha perdido algo de fuerza. Todavía lo nota cuando se planta delante de una becerra en un tentadero en el que participa con sus compañeros de la escuela de tauromaquia.

Quedan entonces tan sólo unos días para la novillada organizada con motivo de la Feria del Carmen y de la Sal (ya pasada) y, entre los compañeros que participan en la cita, los nervios están a flor de piel. A Jesús, sin embargo, no le ha llegado todavía el momento. "Ojalá", sentencia. Pero disfruta con un inigualable entusiasmo de la tarde. Es la primera vez que utiliza el capote en un tentadero. "Hasta ahora siempre lo había hecho con la muleta. Y la operación se nota", explica.

La afición le viene desde pequeño. Fue su abuelo materno el que se la inculcó desde muy niño. Luego su tío político cogió el testigo llevándole por tentaderos, novilladas y corridas. Con tres años -dice Pili, su madre, nerviosa por ser la primera vez que le acompaña a un tentadero- ya se veía en la televisión las corridas de toros completas. "Y lloraba si tenía que dejarlas para ir a rehabilitación", recuerda. Luego, más mayor, se escapaba para ir a los tentaderos. Llegaba lleno de moratones y magulladuras. Su madre, evidentemente, siempre se daba cuenta.

Tan grande era su afición que, cuando tenía seis años, sus padres decidieron apuntarlo en la escuela de tauromaquia promocionada por el Ayuntamiento de San Fernando. Allí descubrió que se sentía como pez en el agua, que aquel era su mundo.

"Estoy en la escuela desde los seis años, aunque empecé a tomarmelo en serio cuando tenía once, más o menos", concreta, como si eso fuera normal. Jesús lo tiene claro. Y su familia le apoya sin fisuras. Su pasión por el toro, sin duda, la ha ayudado a salir adelante y superar una lesión que, hoy, ni él ni nadie de los suyos ve como un problema.

Jesús es un chaval corriente o, al menos, todo lo corriente que puede ser un joven que anda todo el día pensando en los toros, lo que ya de por sí es excepcional a su edad. Estudia un grado de administración en el IES La Bahía. "Aprueba. Es buen estudiante", apunta su madre.

A pesar de estar de vacaciones, se levanta todos los días a las siete de la mañana para ir a correr. Ocupa gran parte del día en su preparación física, en su duro entrenamiento. "Es un chico responsable, tranquilo", dice su madre. Y lo cierto es que el afán de superación que requiere tanto la disciplina del toreo como los años de rehabilitación han ido moldeando su espíritu. A pesar de los nervios propios de una tarde en un tentadero, a Jesús se le ve sereno, serio,templado... Como debe ser un torero.

Su carácter y su entrega le han hecho ganarse el apoyo de todos sus compañeros en la escuela de tauromaquia. "Lo que hace este chaval es admirable", comenta la gente del mundillo. No hay dudas. Jesús es un chico excepcional. "Es el vivo ejemplo del afán de superación del ser humano. Todos tenemos mucho que aprender de él", dice Francisco J. Romero, que como delegado de Cultura ejerce también de responsable municipal de la escuela de tauromaquia. "Cuando hablas con Jesús puedes notar que está hecho de ese material especial del que sólo están hechos aquellos que persiguen sus sueños y que derrocha madurez, templanza y seguridad gracias a su entusiasmo. Basta conversar tan sólo un rato con él para comprobar que Jesús sí se ha hecho a sí mismo y que su talento no es cuestión de suerte, sino fruto de un trabajo duro, constante y persistente". "Ayudamos a lidiar un sueño que se acerca a las estrellas. Diez mil veces diez mil horas son las necesarias para destacar en cualquier profesión y pulir un talento. Y Jesús Ramírez Rivero no sólo está puliendo su talento, sino que su brillantez sirve de modelo a seguir", añade al tiempo que señala la labor que se lleva a cabo desde la escuela de tauromaquia, impulsada e incentivada desde el Ayuntamiento.

Habla el edil de los grandes nombres que La Isla ha dado al toreo, como Rafael Ortega y Ruiz Miguel, pero también del presente -donde destaca al matador David Galván-y del prometedor futuro que aguarda a algunos de los chavales de la escuela como Santi Muñoz, Cristian Medinilla, José Manuel Baizán o el propio Jesús Ramírez. "Nos hace albergar grandes esperanzas", abunda.

Jesús, por su parte, insiste en verse como uno más, sin diferencias. "Lo llevo como un más. Salgo a correr, me entreno con mis compañeros, voy a la escuela... Y cuando salgo ahí -a la plaza- intento hacerlo mejor que nadie. Igual que mis compañeros", afirma.

"Cuando era pequeño y descubrí mi pasión por los toros, lo ví tan bonito que me dije: tengo que torear, a pesar de mi lesión tengo que torear como sea". Y desde entonces, Jesús -a pesar de su juventud- ha recorrido ya un largo camino.

Eso sí. Jesús tiene los pies en el suelo. Lleva años en esto y sabe lo difícil que el mundo del toro. ¿Ser torero? Desde luego, es su mayor ambición, su gran aspiración. De eso no cabe duda alguna. Pero es complicado. Para él y para el resto de chavales que forman parte de la escuela de tauromaquia de San Fernando. Es un camino difícil y muy pocos son los que alcanzan la cima. Solo los elegidos tocan la gloria aunque soñar con ella sigue siendo un acicate que alienta día a día la afición.

"Lo que tengo claro es que quiero vivir cerca de todo esto", dice Jesús. No podría ser de otra manera. "No quiero estar fuera. Aunque sea de mozo de espadas, tengo que estar en este mundillo".

"Cuando salgo ahí -señala a la plaza- todo es distinto. Me olvido de todo. Es maravilloso", dice.

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