De cerca

Juan García Cubillana: "La gente me abraza y me felicita por la calle, me han hecho llorar"

Juan García Cubillana, en su domicilio, rodeado de fotos y recuerdos familiares.

Juan García Cubillana, en su domicilio, rodeado de fotos y recuerdos familiares. / Germán Mesa (San Fernando)

A sus 93 años, Juan García Cubillana tiene 11 hijos, 27 nietos y 11 bisnietos. Nació durante la dictadura de Primo de Rivera en el callejón San Miguel, en una casa que todavía "está igual que entonces". De orígenes muy humildes, este isleño se abrió paso en la vida con una envidiable tenacidad que forma parte intrínseca de su carácter vitalista, estudiando duro y echándole horas y más horas al trabajo. Como practicante, como médico, como oficial del Cuerpo de Sanidad de la Armada... Y sobre todo como pediatra, la profesión que ha sido su gran vocación y a la que se ha dedicado durante casi 40 años, lo que le ha llevado además a ser el médico de unas cuantas generaciones de isleños, a las que ha visto crecer y madurar. Son los mismos que hoy le paran cada vez que sale a la calle para saludarlo con afecto, porque Juan García Cubillana es –huelga decirlo– una de las personas más queridas en su ciudad.

La Isla le ha querido devolver parte de todo eso que durante décadas ha compartido Juan García Cubillana con sus vecinos haciéndole entrega de la Medalla de la Ciudad en el transcurso de un acto solemne que se celebró en el Teatro de las Cortes el pasado viernes y en el que al veterano pediatra se le vio tan feliz como emocionado al verse arropado por su numerosísima familia y sus amigos, que no son pocos.  

García Cubillana es, además, miembro de honor de la Academia de San Romualdo, ha sido Melchor en la cabalgata de los Reyes Magos de La Isla, es un apasionado de los toros y ha dado innumerables conferencias, entre ellas muchas dedicadas a la prevención en materia de salud. Fue, por ejemplo, uno de los pioneros al advertir de las consecuencias del tabaquismo entre los menores.

Juan García Cubillana, en su casa, con uno de sus escritos en las manos. Juan García Cubillana, en su casa, con uno de sus escritos en las manos.

Juan García Cubillana, en su casa, con uno de sus escritos en las manos. / Germán Mesa (San Fernando)

¿Cómo ha lidiado con estos dos años y pico de pandemia un médico veterano como usted?

Lo he llevado mal, pero me he obligado a salir todos los días aunque fuera solo para comprar un par de plátanos. Yo he hecho ejercicio durante toda mi vida. Cuando era joven estaba de moda el famoso gimnasta Joaquín Blume, que es lo que me llevó a empezar a hacer ejercicio. Hacía mucha gimnasia. Me acuerdo que con un grupo de amigos improvisamos una especie de gimnasio en un solar de la calle Velarde. En mi casa tenía unas anillas y practicaba todos los días. Estaba fuerte. Y he estado haciendo ejercicio ininterrumpidamente hasta que cumplí los 90 años. Ahora, lo que hago es andar un poco. 

Bueno, se cuenta que por esa buena forma física que tenía sirvió incluso de modelo para la imagen del Cristo del Perdón. ¿Cómo es eso?

Siempre fui muy amigo del pintor José Martínez Pérez 'Pepiño', que conocía también a Antonio Bey, el escultor, que por entonces andaba buscando alguien que tuviera dominio sobre las anillas para plasmar el músculo coracobraquial –en los brazos– justo en el momento de la crucifixión. Yo estaba terminando Medicina ya. Bey me tuvo un rato allí con las anillas, él estaba absorto en su trabajo y no se daba cuenta del enorme esfuerzo que estaba haciendo en esa posición, que había momentos en los que me rendía... 

"En la Explosión de Cádiz me tocó separar a los vivos de los muertos de los camiones que llegaban"

Usted vivió la Guerra Civil de pequeño y su padre incluso llegó a estar preso.

Mi familia era muy humilde. Mi padre era electricista en la Constructora, pero fue a una excursión –del Partido Republicano, creo– a Madrid y a la vuelta le echaron del trabajo. Pusieron en la calle a todos los que habían ido a esa excursión. Así que estuvimos prácticamente tres años sin comer en casa, hasta que poco a poco mi padre fue consiguiendo otra vez trabajo. Luego en el 36 vinieron los falangistas a casa, se llevaron casi todos los libros que había y metieron a mi padre en la cárcel. Estuvo en el penal naval militar que se habilitó en La Casería para el personal civil, porque la gente no cabía en La Carraca. Yo me colé para verle. Tenía 7 años entonces. Allí no había agua potable, así que la Armada tenía un chófer que llevaba cubas con agua todos los días. Y ese chófer era el padre del novio de una prima mía, que se puso de acuerdo con algún que otro celador o guardia del penal para que pudiese entrar e ir a ver a mi padre, porque los niños no podían ir de visita a la cárcel, claro.

A ese mismo penal de La Casería volvió años más tarde, pero ya como médico de la Armada...

Hice las oposiciones a médico de la Armada y estuve primero cuatro años embarcado. Luego me destinaron al Cuartel de Instrucción con Carlos Martínez Valverde, que era el comandante entonces. Estando allí recibí la orden de que tenía que hacerme cargo de la asistencia sanitaria del penal naval militar de La Casería. A mí eso me cayó fatal. Fui a ver al jefe de Sanidad y le dije: "Mi coronel, esto es terriblemente duro para mí, mi padre estuvo preso allí y yo solo con ver el sitio me vengo abajo". Pero lo que me dijo es que si no aceptaba tendría que pedir la baja de la Armada, porque allí nadie quería ir. Al final fui y eso me hizo más fuerte. Otra persona con menos temple quizá no lo hubiese podido soportar, pero yo iba al penal con alegría porque allí lo que había era tristeza total. Y estuve hasta que lo cerraron, en junio o julio del 66. Hubo casos muy difíciles allí, tremendos.

"Yo me levantaba a la hora que fuera para atender a los pacientes: a las dos, a las tres de la madrugada..."

También atendió a los heridos de la Explosión de Cádiz. 

Mi vecino Paco Barranco era practicante y me invitó a ir a la Cruz Roja. Ahí aprendí a hacer curas, a poner inyecciones... Y allí me fui aficionando a la sanidad. El 47 tengo que reconocer que fue el gran año de mi vida: hice 6º y 7º de Bachiller en un solo año, aprobé la reválida en la Universidad de Sevilla –que entonces no la aprobaba nadie porque era durísima– y me saqué la titulación de practicante. Yo ya tenía novia y lo que quería era ganar dinero para poder casarme. El día de la Explosión de Cádiz, que fue el 18 de agosto de 1947, estuve asistiendo al doctor Salvador Ramírez de Isla. Me llevaron a la Cruz Roja, en la calle Real, donde iban llegando los camiones con la gente. Era un auténtico amasijo de cuerpos. Yo tenía que separar a los muertos de los heridos. Era terrible. Y uno de esos vivos que conseguí sacar de allí era un niño de 12 años que luego llegó a ser un ginecólogo muy conocido, Juan Deudero Quevedo. Ese fue mi inicio en la práctica de la sanidad, el día de la Explosión. 

Pero no se quiso quedar de practicante, estudió Medicina y siguió formándose.

Los amigos de mi padre le aconsejaron, le dijeron que era una lástima que yo fuera solo practicante porque se me daba bastante bien, era estudioso y podía llegar más lejos. Así que estudié Medicina. Conseguí una beca el primer año pero luego renuncié a ella por honestidad, porque yo ganaba dinero como practicante y con eso me pagaba la carrera. Estudié con ahínco y sacando las máximas calificaciones, tenía sobresalientes en prácticamente todas las asignaturas salvo en una, ¿sabe cuál? ¡Pediatría! Pero era por las teorías que yo tenía... 

Juan García Cubillana, con la alcaldesa, Patricia Cavada, tras recibir la Medalla de la Ciudad el viernes. Juan García Cubillana, con la alcaldesa, Patricia Cavada, tras recibir la Medalla de la Ciudad el viernes.

Juan García Cubillana, con la alcaldesa, Patricia Cavada, tras recibir la Medalla de la Ciudad el viernes. / Lourdes de Vicente (San Fernando)

Y cuando acabó la carrera, se metió en la Armada. Llegó a ser coronel y hasta fue director del Hospital de San Carlos y jefe de Sanidad de la ya desaparecida Zona Marítima del Estrecho.

Fueron unas oposiciones durísimas. Recuerdo que éramos 5 para 50 plazas y estuve hasta 3 meses en Madrid para hacer los exámenes, sin dinero y sin tener apenas para comer. Yo había sacado ya una plaza, pero pedí la baja porque no quise perjudicar al médico que había sido mi jefe, Salvador Ramírez de Isla, que estaba en ese sitio por el Ayuntamiento. Para mí eso fue un conflicto, un auténtico problema de conciencia. Así que lo dejé y empecé a ejercer la medicina privada. También estuve de director en el hospitalito de Puerto Real. Pero yo quería ganar dinero para sacar adelante a la familia, así que me metí en la Armada. Llegué a coronel médico y pude incluso haber sido general, pero para eso me tendría que haber quedado en Madrid, cosa que no podía hacer porque tenía aquí 11 hijos y, por entonces, 3 de ellos estudiando en Sevilla. No podía desatender la consulta privada que tenía aquí en casa. Recuerdo también que siendo director del hospital quisieron quitarle el nombre de San Carlos para ponerle Hospital de la Zona Marítima del Estrecho, cosa a la que me negué rotundamente. Escribí una carta durísima a Madrid y conseguimos pararlo.

Al final se decantó por especializarse en pediatría.

Hice pediatría mientras estaba destinado en el Cuartel de Instrucción. Por las tardes me iba a Cádiz. Había un catedrático con el que hice mucha amistad, que es el que me llevó a ser pediatra. Y luego me iba a Barcelona a hacer cursos. En mi época, la pediatría catalana era la mejor, así que me cogía un mes y me iba a hacer cursos allí para continuar formándome. Lo mío es vocación. Claro que la medicina que yo practicaba no tiene nada que ver con la de ahora. Entonces no había servicios de urgencias pediátricas en los hospitales, eso no se desarrollaría hasta más tarde. Las urgencias se hacían a domicilio. Las meningitis y las neumonías se trataban en casa. Y la consulta del pediatra era el único sitio al que una familia con su hijo enfermo podía acudir. Aquí en la consulta murió un niño mientras esperaba a ser atendido. La gente venía desesperada de madrugada –a las dos, a las cuatro, a las cinco...– con los niños malos. Yo nunca tuve problemas en levantarme de la cama a la hora que fuera para atender a un niño, ni en trabajar en las fiestas... Nada. Me levantaba enseguida. Y mi mujer –que tenía 11 hijos– tenía muchas veces que ponerse a recoger vómitos de la consulta en plena madrugada. Y eso que a muchos, con el sofocón, se les olvidaba el dinero y ya no pagaban. Decían mañana por la mañana vengo pero...

La medicina que yo estudié era una medicina basada en los 5 sentidos, en el trato con el paciente. Escribí en cierta ocasión acerca del sabio médico, naturalista y teólogo suizo Paracelso, y decía que "ya previendo una medicina deshumanizada, carente de calidez, advertía que el más hondo sentimiento de la medicina es el amor, si nuestro amor es grande, grande será el fruto que de él obtenga la medicina, y si es menguado, menguado será nuestro fruto pues es el amor el que nos hace aprender el arte y fuera de él no nacerá ningún médico"… ¡Y eso lo decía en el siglo XVI!

"En la Guerra, con 7 años, me colé en el penal de La Casería para ver a mi padre, que estaba preso"

Además, terminó la tesis doctoral con 77 años.

En el año 2003 nos reunimos los médicos que habíamos terminado en el 53 y en ese encuentro surgió el tema de por qué no había hecho la tesis, que en realidad yo no hice en su momento porque eso suponía un año más y había que pagarla, así que si me ponía a estudiar y a hacer la tesis no me podía casar. Fue entonces cuando retomé el tema de la tesis doctoral, que dediqué al dermatólogo José Eugenio de Olavide, una figura eclipsada por el otro Olavide (Pablo). El Olavide científico tiene un museo de cera, que está en la Facultad de Medicina de Madrid, en el que están recreadas todas las enfermedades dermatológicas... Es interesantísimo. Incluso se lo quisieron comprar los alemanes antes de la guerra.

Y ahora la Medalla de la Ciudad, ¿qué supone para usted este reconocimiento?

Creo que ha habido mucha gente que ha apoyado esto, que se han registrado muchas adhesiones... He recibido muchísimas felicitaciones, la gente me para y me da abrazos por la calle... Me han hecho llorar. Fui pediatra en una época muy dura, como le comentaba antes. A la consulta, venían abuelas y madres llorando sin saber qué hacer con los niños porque la Seguridad Social todavía no se había desarrollado. Mucha gente todavía se acuerda de que yo era su médico. Y, luego, hice cosas también en La Isla como los primeros cursos de socorrismo que se impartieron en la Cruz Roja. También, siendo director del hospital de San Carlos, al darse una serie de circunstancias, conseguí también que desde Madrid se crearan 96 plazas de enfermeros, auxiliares, personal civil... Eso fue el 87.

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