Tribuna

Juan Cano Bueso

Catedrático de Derecho Constitucional

Líder del referéndum

Hoy, con permiso de Guerra, a Andalucía no la reconoce ni la madre que la parió. Y Rafael Escuredo, líder histórico del proceso autonómico andaluz, sigue sin tener una estatua

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Líder del referéndum

La Transición política en España, con sus muchos aciertos y algunos errores, fue un éxito colectivo de todos los españoles. De la mano de la Constitución de 1978, España llevó a cabo, en tiempo récord, un proceso de descentralización política tan intenso como no se había conocido en ninguna democracia moderna. En el contexto de centralización autoritaria del que veníamos, Andalucía había sido la gran olvidada. La gravedad de sus problemas endémicos, el secular atraso, la marginación histórica, su escasa industrialización, la conflictividad agraria y la inferior dotación de sus servicios públicos eran sus señas de identidad.

Con la muerte de Franco y el inicio de la Transición, la misma sociedad que se había visto forzada a vivir en la indolencia y en la resignación, se movilizó para conquistar la libertad política y el autogobierno propio. Por decirlo en palabras de mi maestro, el profesor Cazorla, la ciudadanía andaluza transitó de una pasiva aceptación de una estructura inmóvil, a un planteamiento que, desde la conciencia de desigualdad, reivindicaba el derecho a la igualdad. Ese es el fundamento de la creciente conciencia regional andaluza de hoy. A partir de ahí, el pueblo andaluz asoció la lucha por la democracia con la descentralización política y como una oportunidad para abandonar el atraso económico y social.

Este 28 de febrero se han cumplido 43 años de aquel inolvidable referéndum. Fue un día memorable, que con toda justicia se inscribe con letras de oro en la historia política de Andalucía. Rafael Escuredo lideraba, los partidos y sindicatos progresistas empujaban y el pueblo andaluz era el protagonista. Había que ganar un referéndum casi imposible donde todos los factores eran adversos: el presidente del Gobierno, su partido la UCD y la derecha de Alianza Popular pedían la abstención, lo que equivalía a estar en contra; los censos electorales estaban desfasados y no se habían depurado los emigrantes y los fallecidos; los gobiernos civiles y la Administración del Estado trabajaron para el fracaso de la consulta, los medios de comunicación del Estado recibieron instrucciones del Gobierno para fomentar la abstención, la campaña electoral se redujo a quince días, frente a los veinte de que habían dispuesto catalanes y vascos y a la Junta de Andalucía se le denegaron los créditos para la campaña institucional.

Sin embargo, el pueblo andaluz, viejo y sabio, comprendió que con la participación activa en el referéndum se trataba de ganar el futuro, de abandonar para siempre el furgón de cola de los indicadores económicos, de impedir que el ahorro de los andaluces creara riqueza fuera de Andalucía, de taponar la sangría de la emigración, de acabar con un millón de analfabetos, de impedir que las mujeres parieran en infames carreteras que conducían a lejanos hospitales.

Si la izquierda política y sindical, con la ayuda de los seguidores centristas de Manuel Clavero, conquistaron la autonomía plena para Andalucía, fue, también, porque los ayuntamientos democráticos se comprometieron en llevar adelante la iniciativa autonómica por la vía del artículo 151, a cuyos efectos más del 95% de las corporaciones locales aprobaron sus correspondientes acuerdos en menos de los seis meses de que disponían con arreglo a la Constitución. Hora es de reconocer su contribución decisiva al éxito del empeño.

Hoy, con permiso de Alfonso Guerra, a Andalucía no la reconoce ni la madre que la parió. Y Rafael Escuredo, líder histórico del proceso autonómico andaluz, sigue sin tener una estatua, un símbolo, un reconocimiento por parte de la institución que representa al pueblo andaluz, que él tan acertadamente lideró en aquel inolvidable 28 de febrero de 1980.

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