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Tribuna

Pablo gutiérrez- alviz

Cara de Jeva

Máximo lleva mucho tiempo utilizando ‘apps’ de citas para conocer señoras entre 45 y 60 años con el objetivo de hacer amistad “o lo que vaya surgiendo”

Cara de Jeva

Cara de Jeva / rosell

Hace unos días volví a ver a un antiguo vecino y transitorio compañero de colegio después de casi 50 años. Fuimos presentados en un acto público, y nos fundimos en un abrazo. Recuerdo que Máximo Amador (nombre y apellido imaginarios) era un amigo listo y muy generoso. Distribuyó todos los regalos de su primera comunión, incluso el codiciado balón de reglamento, entre los niños invitados al desayuno correspondiente. Antes de que terminara el Bachillerato su familia tuvo que mudarse a Barcelona. Y desapareció sin dar explicaciones. En términos de las aplicaciones de citas hizo un ghosting: nunca más se supo de él.

Podría haber sido definido como el amigo líder. Poco estudioso, siempre tenía soluciones a cualquier problema con mucha habilidad. Casi adolescente, se confesó de una travesura con un cura del colegio, y recibió una penitencia desmesurada. Sin inmutarse, ese mismo día lo arregló: fue al párroco (medio sordo) del barrio, quien lo absolvió del pecadillo con un Ave María. “Hay que ser práctico”, nos dijo a los colegas que le escuchábamos admirados. En la adolescencia era, como dice Leonardo Padura en su última y deliciosa novela (Personas decentes), un cara de Jeva, un tipo guapo, fornido, ligón y hasta poeta.

Máximo Amador me contó que había vuelto a Andalucía el verano pasado, y que se dedicaba a la explotación de apartamentos turísticos. Al parecer, estuvo muchos años en Cataluña atendiendo a su anciana madre, viuda y enferma. Ahora se siente bastante solitario en nuestra región. Divorciado y sin hijos, busca novia.

Su última relación sentimental en Barcelona la tuvo con la hermana de la cuidadora dominicana de su madre. Sorprendentemente, conoció a la Zurda, su apodo más habitual, por una app de citas. Al año siguiente, ya huérfano, pensó en casarse con la caribeña, pero desistió cuando ella le pidió traerse a España a sus dos (ignorados hasta entonces) hijos y, también, si fuera posible, a su ex marido. Sin perjuicio de que ya convivía con ellos la hermana diestra (la cuidadora de “mamá”), y el padre de ambas.

–Algo excesivo, ¿no te parece?

El caso es que lleva mucho tiempo utilizando apps de citas para conocer señoras entre 45 y 60 años con el objetivo de hacer amistad “o lo que vaya surgiendo”. Me declaró que teme que pueda salpicarle el escándalo de la alcaldesa de Maracena, la del novio que conoció por Tinder y que está detenido como presunto secuestrador de una concejala. A una rubia granadina de parecidas características envió muchos likes, superlikes, swipes, un match, y hasta un rewind, terminando con el consabido ghosting. Me explicó este argot de relaciones virtuales que se cruzan los interesados después de ver sus perfiles (fotos normalmente retocadas) y otras mentiras “piadosas” por escrito. Un aficionado al tenis recordaría, break, lob (¿love?), matchball, game (juego)…

Le comenté que una política madrileña culpó a Tinder de provocar una considerable violencia machista porque sus usuarios varones presionan a las mujeres (también usuarias) para tener sexo: casi un sesenta por ciento de las féminas consultadas se sintieron forzadas. Máximo, consternado por esta grave noticia, me apuntó que la líder de Más Madrid tergiversa la información: la encuesta fue realizada en una Federación de Mujeres Jóvenes (chicas de los 14 a los 30 años). “Es un disparate que menores de edad utilicen este sistema para ligar; ya te he advertido que mi nicho de amistades son las maduras e incluso las puretas”. Curiosamente, en Madrid se acaba de estrenar una controvertida obra de teatro titulada Cristo está en Tinder.

Amador me aseguró que él no usa las variantes de aplicaciones de citas para sexo inmediato. Los usuarios se buscan por el móvil, y geolocalizan a los más cercanos que estén dispuestos a un trato carnal al instante. “No tengo edad, y no es mi estilo: son enfermos que han perdido la noción de la realidad”. Por otra parte, no le disgusta: los adictos al sexo más pudientes alquilan los apartamentos turísticos para el desahogo erótico, y los dejan libres a la media hora.

Antes de despedirnos, me relató su más reciente aventura sentimental, fruto de otra app de citas. La parte virtual, muy bien. El problema surgió al conocerse en persona: conforme consumaron íntimamente ese primer encuentro, la señora le pidió 200 euros. Máximo, con cara de extrañado, también escuchó con nitidez la pertinente aclaración: “No te lo tomes a mal, cariño, piensa que es el regalo a mi hija por su primera comunión, que la hace mañana, ¿quedamos otro día?”.

Y Amador, generoso, práctico, y con cara de tonto, le dio el “regalo” para la niña.

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