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Editorial

carlos navarro antolín

Normalizar el linchamientoIglesias es el asidero de la españa que odia

Pablo Iglesias acaba de traspasar un umbral inaceptable en una sociedad democrática. Una táctica habitual en personajes como Trump o BolsonaroEl otoño con el final de los Ertes puede ser el caldo de cultivo idóneo para este hijo político de la España de ZP

El vicepresidente del Gobierno acaba de "naturalizar" el insulto a los periodistas como una fórmula de expresión que hay que aceptar, fundamentalmente en las redes sociales, como contrapartida al ejercicio de una profesión que les permite una proyección pública. Pablo Iglesias solemnizó esta insólita declaración desde la sala de prensa del Palacio de la Moncloa y Ciudadanos ha decidido trasladar a la UE esa "campaña de acoso".

Las veleidades del dirigente de Podemos con los medios de comunicación vienen de lejos. Puede quejarse de que, desde su irrupción, su formación política ha sido escrutada al milímetro. Entre otras razones porque sus fidelidades a regímenes claramente dictatoriales forman parte de su ADN original y son muchas las sombras ante algunos servicios prestados. Puede esgrimir que existen instrucciones judiciales en marcha por la supuesta fabricación de falsos informes sobre su financiación, con el ánimo de sabotear sus expectativas electorales. Y puede denunciar la posible connivencia en estas farsas de algunos medios y, por supuesto, también periodistas. Pero Iglesias acaba de traspasar un umbral inaceptable en una sociedad democrática. Una táctica que ya emplean personajes como Trump o Bolsonaro. Señalar a informadores, como por ejemplo ha hecho el portavoz de Podemos en el Congreso, Pablo Echenique, y normalizar el posible linchamiento que sufrirán con su mediación muestra un escaso rango de catadura moral y su falta de respeto por la libertad de información.

Un conocido adagio dice que no hay mejor defensa que un buen ataque. Con la agravante de que se hace desde el poder. Y ésa es la fórmula empleada por los dirigentes morados al producirse un giro en el llamado caso Dina, la investigación por el robo del móvil con información comprometedora de una ex asesora de Iglesias. Un asunto en el que éste se personó como perjudicado, condición que ha perdido al abrirse demasiadas interrogantes sobre su papel en este turbio suceso. El problema es que el intolerable pronunciamiento de Iglesias compromete al Gobierno, por más que algunos ministros y el propio presidente quieran marcar las distancias.

VENDE crecepelo y muchos se lo compran. Iguala por abajo para convertir votantes en clientes y, por ende, ser el más fuerte por necesario e imprescindible. Domador del diccionario, habilísimo con el látigo de la palabra, muy conservador por dentro y con una calculada estética de la izquierda desaliñada por fuera. Hijo político de la España de Zapatero, el tipo que apostó siempre por dividir a sus administrados en todos los órdenes. El complejo de la derecha le ayudó a abrirse camino, un complejo que derivó en el nacimiento de un partido como Vox. En la Audiencia Nacional puede llevarse un cornalón al haber protagonizado el insólito caso de pasar de testigo a sospechoso. Usa los micrófonos de una emisora pública para arremeter contra un buen juez. Desde la Moncloa embiste ladinamente contra un periodista. Todo lo hace con su particular estilo, con ese cinismo ilustrado, como corresponde al más charlatán de la pandilla. Este Pablo es el asidero de la España que odia. El odio a los ricos, denominados así en un lenguaje simplista. El odio a la Iglesia, que le impide acudir al funeral por las miles de víctimas del coronavirus. El odio a la Monarquía, venteado ahora con más frecuencia para despistar al personal del caso Dina. El odio a cualquier valor que suponga la estabilidad. Capitaliza y rentabiliza como nadie a quienes siguen con ganas de pegarle la patada al avispero, bochincheros de vocación y envidiosos profesionales en la mejor versión del peor español. Su partido es el que concentra con mayor acierto a todos los que están hartos de que a otros les vaya bien, al margen de votantes de buena fe que se creyeron el cuento de la buena pipa. Se cree que no se le nota el odio cuando habla, el resentimiento y las ansias por tener aquello que siempre ha envidiado. Quería chalet y cargo, como un burgués de catálogo. Y se permite otras licencias como los antiguos señores de la derecha en sus mejores tiempos de doble moral. La esperanza es que se cumpla el aserto sobre la imposibilidad de engañar a todos todo el tiempo. También lo es Europa, el ojo que por fortuna nos vigila. Y los dos o tres ministros con sentido de la cordura que hay en el Gobierno menos serio de la democracia. Pero el otoño con el final de los Ertes puede suponer un relanzamiento de este apasionado del poder por el poder, encantador de serpientes con sus perífrasis, con cara impostada de no haber roto un plato, y que se las gasta como un machito en cuando tiene ocasión. Otoño puede ser el caldo de cultivo idóneo para este rentabilizador del odio.

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