La valentía posmoderna

Es curioso que esta valentía de la posmodernidad casi siempre centre el tiro en la sanidad y la educación

El tardofranquismo fue un campo abonado para la expresión de los anhelos de libertad que venían, aunque no únicamente, de la gente más joven, siendo sus principales focos de actuación las universidades y los colegios profesionales, sin olvidar aquellos salones parroquiales que albergaron los primeros movimientos sociales de inspiración cristiana, y que serían, quien lo diría, productiva cantera para triunfantes políticos de la izquierda. Pero aquellos movimientos contestatarios tenían un mérito añadido: el de saberse observado, pese a una cierta tolerancia de base más bien gestual, obligada a aparentar una actitud menos feroz ante los observadores extranjeros; y el del riesgo que suponía dar con sus huesos, aunque fuera por unas horas, en los calabozos de la Dirección General de Seguridad, con lo que ello conllevaba.

Por lo que uno lee y escucha, pareciere que todavía hoy siguen vigentes en España aquellos medios de hostigamiento del pensamiento libre. La otra tarde, una alumna empollona de la Complutense con todas las papeletas para terminar bajo la tutela de Echenique y compañía, le arreaba con poca piedad y menos tino a la presidenta Ayuso, antigua alumna de la Complu, por el mero hecho, a su parecer reprobable, de ser reconocida por la Universidad junto con varios más. Apenas unos días más tarde, nuestro inefable Pedro Almodóvar (cuya admiración por su obra corre en sentido contrario a la del personaje, cada día más indefendible) trenzaba un discurso de lo más sectario para defender con ardor (poco) guerrero la sanidad pública.

Se me ocurren muchos adjetivos para definir los discursos de la alumna y el director, entre los que no encajo el de la valentía. Atizar a la presidenta de la Comunidad de Madrid, que le guste o no está allí porque ha sido invitada por una institución pública (de todos, que parece que se les olvida), a favor de corriente, más que de valientes es de oportunistas. Y aprovechar la entrega de unos premios audiovisuales para criticar la gestión de la sanidad pública por quien no la utiliza sabiendo que nadie de los presentes va a contradecirlo, en lugar de valor, lo que denota es más rencor que otra cosa. Y no deja de ser curioso como esta valentía de la posmodernidad casi siempre centre el tiro en la sanidad y la educación, donde, por cierto, el que más y el que menos tienen bastante que callar. Pocas veces unos derechos tan fundamentales han sido invocados más en vano.

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