josé Joaquín / león

El último Pérez Sauci

SI hay un artículo que desearía no haber escrito nunca, puede ser éste. Porque decimos muchas cosas sobre algunas personas, pero resulta muy duro escribirlas en el momento de su muerte. En particular, cuando son personas como Antonio Pérez Sauci, que intentaban aferrarse a la vida; unas veces con fuerza, y otras como si fuera un clavo ardiendo. Al final, se le escapó de las manos, cuando ya era tarde para todo.

Antonio Pérez Sauci fue varias maneras de ser Antonio Pérez Sauci. Siempre él mismo, a su manera, pero el mejor de todos fue el último; el que se dio cuenta del único camino seguro que podía recorrer en lo que le quedaba de vida, agarrado a una utopía después de la juventud perdida. El último Pérez Sauci quiso hacer todo lo que no supo el primero, con la intención de haber aprendido lo que la vida le enseñó. Pero a veces se hace demasiado tarde, y él lo sabía.

Conocí a Antonio desde el siglo pasado, desde algunos años antes de trabajar con él. Pero siempre recordaré su encuentro conmigo una tarde de otoño, en un despacho del Diario, en la calle Ceballos. Yo acababa de llegar como director, y él era subdirector, el que se llevaba las broncas por sus cosas, que nunca disimulaba. "Puedes contar conmigo para lo que sea. Siempre estaré contigo", me dijo. Y yo se lo agradecí, sobre todo porque no le había preguntado ni pedido nada. Pero, con el tiempo, entendí que era verdad. Cuando Pérez Sauci decía algo, no era por decirlo, ni por quedar bien, sino para cumplirlo.

Con los años, también entendí que Antonio Pérez Sauci era uno de esos periodistas que pierden el tiempo como subdirectores. Ser subdirector es lo más aburrido y coñazo que se puede ser en un periódico. Suele pasar que cuando un periodista destaca lo dedican a esas cosas, y se corre un gran riesgo de malograrlo para siempre. Pérez Sauci se curaba los sofocos de la subdirección por diversos bares del Mentidero y por el Terraza de su apreciado Pelayo, donde tenía muchos amigos y algunos que no lo eran tanto, pues tampoco se las callaba. Así lo sobrellevaba; eso y todo lo demás.

Hubo un momento en que la vida cambió para él. Cuando el Diario se trasladó efímeramente a las instalaciones de Ingrasa en Puerto Real, ya estaba claro que Pérez Sauci no seguiría como subdirector. En Puerto Real no se le había perdido nada. Para Antonio, el bar Río Saja, sito junto a las Puertas de Tierra, era como una venta de las afueras de Cádiz. Por entonces consideraba de mal gusto ir a la playa, no siendo persona de más Arenal que el de Jerez.

Esa es otra curiosidad: no he conocido un jerezano más gadita que Antonio Pérez Sauci. Digamos que quiso un imposible, como es aplicar el señorío jerezano a la peculiar idiosincrasia gaditana. Y así fue el primero en criticar ciertas cosas de la Semana Santa para darle más esplendor, y en oponerse a ciertas chabacanerías del Carnaval y de lo que no lo es. Antonio quería una ciudad de Cádiz ejemplar, casi ideal, con Teófila de alcaldesa perpetua, por supuesto. A él Teófila le parecía no ya guapa, sino incluso muy guapa.

El último Pérez Sauci fue el mejor. Volvió a escribir de lo que le gustaba, de las cosas de las que se habla en la calle, en una página que se leía todo Cádiz. Intentaba apurar su refresquito con nieve, como consuelo por los tiempos perdidos. Pero la vida se le escapaba, y se le hizo tarde, demasiado tarde.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios