HAY dos formas de vender turísticamente la ciudad de Cádiz y esta semana hemos podido verlas en pocos días. La primera ha sido a través de la programación cultural del Ayuntamiento en los llamados 'Conciertos de la Libertad', que han vuelto a tener como escenario el Castillo de San Sebastián. Lleno absoluto para ver la actuación de Fito & Los Fitipaldis, con entrada de pago porque, aunque a muchos les extrañe en Cádiz, los artistas tienen la mala costumbre de cobrar para poder comer. La segunda, también promovida por el Ayuntamiento en una parte de la playa de La Victoria, la conforman las denominadas 'barbacoas' del Trofeo Carranza, un eufemismo para lo que es un macrobotellón, de acceso gratuito naturalmente.

Son dos imágenes, dos caras de una misma ciudad en verano. Por fortuna, la de las mal llamadas 'barbacoas' -cada vez menos carne y más alcohol- sólo dura una noche. Pero ahí sigue el 'invento', degenerando, pervirtiéndose año tras año y convirtiendo el principal atractivo de esta ciudad, que es su mayor playa urbana, en un estercolero que los análisis oficiales posteriores tratan de maquillar. Un subproducto que nos podríamos ahorrar porque ya ni siquiera genera actividad económica como para al menos plantearse su continuidad y tampoco tiene el Trofeo Carranza el prestigio y la pujanza de antaño porque el mundo del fútbol ha cambiado mucho y el Cádiz, tristemente, ya no ocupa el lugar que le debería corresponder.

¿Qué tipo de turismo queremos? Obviamente, para cualquier persona sensata, mejor el primero, el del turista que viene a Cádiz a escuchar un concierto, paga por ello y consume productos en la ciudad sin ensuciarla. Pero, en esa costumbre o manía de tratar de quedar bien con todo el mundo, el complejo de buenismo mal entendido de algunos ayuntamientos lleva a amparar verdaderas barbaridades como las 'barbacoas' para no escuchar a los que, siendo cada vez menos, con su suspensión formarían mucho ruido.

Sucedió algo parecido con la felizmente desaparecida Velada de los Ángeles, que fue degenerando y acabó en otro 'macrobotellón' con 'reyertódromo' en el que raro era el día, o la noche, que no acababa con navajazos. Se eliminó la Velada y no se acabó el mundo en Cádiz ni dejó la gente de votar a Teófila.

Va siendo hora de pensar en algo parecido con la 'fiesta' más absurda y menos ejemplar que existe, hoy por hoy, en esta ciudad. Los libros de Historia y las hemerotecas mostrarán el día de mañana a las generaciones venideras las fotos y, aunque ya no estemos para verlo, nuestros descendientes sentirán vergüenza ajena de lo que sucedía.

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