TERMIDOR indica, sólo con su nombre, idea de arrasamiento y final. Lo más crudo del crudo verano se despanzurra ante nosotros y la estación nunca ha despertado, digamos, lo mejor del género humano. ¿Merece la humanidad el indulto o la condena eterna?, es una pregunta que me suelo hacer cada mes de agosto, y este, más que ninguno. Todo tiene su reverso. Un infierno de convivencia como debía ser María Callas reventaría a un jurado de misántropos cantado su Casta Diva. Shakespeare era un mercenario sin escrúpulos -en la batalla que le costó la vida, Ricardo III le gritaba 'Traidor, traidor' al bisabuelo de Isabel I: un detalle ni bonito ni conveniente de poner sobre escena- pero sus versos, aun hoy, nos salvarían al peso. "Aún hay un justo en Babilonia", pienso. Y entonces enciendo la tele. Y veo a Anita Oberón, digo Obregón. Feliz. Sonriente. Entre flashes. En trikini. Y la fiscalía sonríe.
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