La tribuna

antonio Porras Nadales /

La sonrisa de Susana

ERA la sonrisa de Kennedy, claro. El misterio político de lo que se dio en denominar como la Nueva Frontera, el sentido mítico de Camelot, la apertura del mundo a los nuevos tiempos, la expresión de un sueño colectivo apenas intuido entonces por parte de la joven generación: todo residía al final en su fabulosa sonrisa. Incluso hoy, que conocemos los perfiles más oscuros de la figura del presidente norteamericano asesinado hace cincuenta años, su sonrisa nos sigue asombrando y seduciendo.

Pero el misterio tenía detrás una clave de tipo tecnológico: y es que con Kennedy se abría la nueva era de la televisión, el circuito de comunicación audiovisual que iba a permitir a los ciudadanos la visualización directa de la persona de sus dirigentes, asegurando así un vínculo de confianza que iba más allá de los programas, las ideologías o los partidos.

Es posible que a partir de estas coordenadas se operara la transformación fundamental que explica las claves del liderazgo político en el universo contemporáneo. En Estados Unidos, tan sólo Reagan y Clinton lograron apenas aproximarse al mito desaparecido. Y es que el primer elemento de toda seducción consiste en la sonrisa: es como el circuito de comunicación secreta a través del cual se proyecta la fuerza representativa del dirigente y su capacidad de liderazgo efectivo. El soporte personal que, a través del vehículo de la imagen transmitida en televisión, asegura una visualización inmediata por parte de los ciudadanos para suscitar no sólo determinadas claves de confianza política sino también algo más decisivo en momentos de crisis e incertidumbre: un cierto sentido de ilusión colectiva ante el futuro. Un modo, al fin y al cabo, de hacer frente a los riesgos e incertidumbres del duro presente.

Susana Díaz tiene sonrisa. Y un canal de televisión. Se podrá discutir si su sonrisa es o no la más seductora o la más adecuada desde los cánones femeninos de la belleza, pero es una sonrisa abierta y comunicativa, clara y directa. Su liderazgo se proyecta entonces por sí solo y se visualiza directamente en pantalla: basta con añadir alguna propuesta discursiva elemental (gobernar con la gente, escuchar a todo el mundo) y el asunto está hecho. Ya tenemos construido un liderazgo abierto, atractivo y transparente. No importan los detalles complementarios del currículo ni su capacidad efectiva para gobernar, ni siquiera el modo como consigue asegurar su poder en el aparato del partido. El aplauso unánime del congreso socialista andaluz lo corrobora plenamente y es posible que hasta la propia sonrisa algo forzada de Carmen Chacón esté empezando a estas horas a crisparse de forma imperceptible.

Sin embargo, parece que en el PP están empeñados en prescindir por ahora de toda sonrisa en la proyección de la imagen de sus dirigentes: desaparecida la pícara sonrisa de Javier Arenas (que al final, recordemos, fue la vencedora en las pasadas elecciones andaluzas frente a la triste figura de José Antonio Griñán), apenas descubrimos ligeras muecas en los labios de quienes se aparecen provisionalmente como candidatos. No se sabe si se trata de una proyección a escala andaluza del liderazgo nacional de Rajoy o más bien de una especie de internalización refleja del sufrimiento colectivo de los ciudadanos ante la crisis. O simplemente una constatación de que en Andalucía parecen tentados por la opción de limitarse a tirar la toalla de forma anticipada. Tantos años en la oposición, que ya seguramente es como un cálido refugio cálido al que no quieren renunciar. Pero lo cierto es que, al final, sin sonrisas no habrá ilusión ni un proyecto de futuro capaz de estimular al electorado. Sólo sufrimiento y resignación, conformismo y tristeza.

Con las cartas casi sobre la mesa por parte de ambos bandos, los andaluces seguramente tendremos tiempo más que suficiente para reflexionar. Porque la artillería retórica está ya perfectamente apuntada: la causa de nuestros males colectivos reside lógicamente en Madrid y en los reiterados recortes del gobierno de Rajoy. El aliento fresco de una eventual recuperación del empleo apenas llegará, si llega, al norte desarrollado de España, pero nunca a nuestra sufriente comunidad. Y al final, por mucho poder que siga habiendo en manos del Gobierno central, sólo quedará el duelo de sonrisas entre los candidatos.

Cuando parece que los vientos de la historia nos invitan a ilusionarnos con la futura salida de la crisis, la capacidad de atracción de una sonrisa proyectada en la pantalla se convierte en un instrumento político fundamental para asegurar un liderazgo colectivo. Con estos mimbres, y a la vista del panorama, parece que en Andalucía la suerte ya va a estar echada.

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