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Rafael Sánchez / Saus

No fue sólo un accidente

NO, no ha sido sólo un accidente, sino una tragedia en la que cada decisión, cada gesto, cada palabra conducen al cumplimiento de un destino inexorable desde mucho antes del desenlace. La crisis de Spanair, los números rojos, las tensiones laborales, la reducción de costes, la necesidad de cumplir compromisos comerciales y horarios cada vez más rígidos, la presión de los propios usuarios, el "caos operativo" de que hablan los pilotos del SEPLA y, todo ello, en lo más alto de la temporada. En la catástrofe de Barajas, desde el momento en que el comandante de la nave decidió suspender el primer intento de despegue, se reduce al mínimo el papel del azar. Como sentenciara Gómez Dávila, para desatar grandes catástrofes basta la acumulación de pequeñas codicias.

Pero si no ha sido un accidente cualquiera, tenemos la obligación de ir más allá. Deberíamos empezar a preguntarnos qué pasa en España para que nos estemos especializando en la acumulación de records nefastos: al más terrible accidente aéreo desde hace mucho en Europa se superponen en nuestra vapuleada memoria reciente, y en nuestro hoy, el más cruel y sangriento atentado terrorista, la crisis económica más aguda, la tasa de paro más alta, los escándalos más vergonzosos, las estafas masivas, la corrupción urbanística, los atentados ecológicos, los incidentes nucleares, los grandes incendios provocados, la siniestralidad laboral, el maltrato a las mujeres, el auge de la drogadicción, la justicia ineficaz, el fracaso del sistema escolar y la caída patente del nivel cultural, la crisis espiritual, el derrumbe de la conciencia y de la solidaridad nacionales, la creciente xenofobia ante una inmigración desbordada y tantos otros indicadores a la vista de cualquiera. Todo revela la impotencia o la colaboración necesaria de una clase política autocomplaciente, sin preparación, demagoga o sensiblera, incapaz de ofrecer soluciones, desleal con sus votantes, sin otro proyecto que ocupar el poder o mantenerse en él, sin más horizonte que las siguientes elecciones. El fachadismo, lo bien costeado, la primacía de la imagen sobre el fondo de las cosas, el "tirar p'alante" como sea nos están pasando una factura cada vez más difícil de asumir. La gente buena es mucha, pero la negligencia, la sacralización del egoísmo, la ausencia de límites, el ansia de poseer, el declive de la honradez, la indiferencia hacia todo lo que no llegue a rozar nuestro chiringuito son el credo y la norma de una sociedad enferma que teme más al remedio que al propio mal.

Lo de Barajas es todo un aviso, otro. Queda por hacer mucho más que dar sepultura a las víctimas y consolar a las familias. Recemos, sí, pero que nuestra plegaria activa atienda no sólo a los que se fueron, también a los que aquí quedamos. Ya no es cuestión de virtud, sino de supervivencia.

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