Con la venia

fERNANDO / SANTIAGO

La soledad era esto

HACE 36 años yo vivía en la Pensión Rialto, en la esquina de Beato Diego y Doctor Zurita. Un hombre murió en la soledad de su habitación y al cabo de quince días el persistente olor que salía del cuarto alarmó a su vecino que dio aviso y se descubrió el cadáver. Fruto de la impresión que le causó ver los restos de una persona conocida se tiró por la ventana y se mató. A la semana me busqué un apartamento y me fui, no fuera a ocurrir que la parca estuviera rondando mi puerta. He recordado este caso a raíz del hallazgo del cadáver de Pilar Manzano. Creía que algo así solo podría darse en una sociedad individualista como EEUU . En el sur de España la vida en sociedad es participativa y los vínculos familiares son muy fuertes. Por eso me conmueve pensar cómo es posible que esta mujer haya estado cinco años sin dar señales de vida y nadie se haya alarmado. Ni compañeros, ni vecinos, ni amigos, ni familiares. Nadie sospechó, a nadie le extrañó. Por muchos problemas que hubiera tenido a lo largo de su vida o por complicadas que fueran las relaciones sociales con su entorno. Vivimos en una sociedad hiperconectada, con decenas de medios para comunicarnos entre nosotros a través de procedimientos tecnológicos. Y todo el mundo, sin excepción, tiene algún círculo de intimidad. Hasta los indigentes tienen un entorno, alguien que les echase de menos si al cabo de unas semanas no dieran señales de vida. Lo más desolador es pensar el grado de indiferencia con que las personas con las que Pilar Manzano se relacionaba en sus últimos tiempos reaccionaron ante su desaparición. Por lo que se ha contado era de familia acomodada y ella misma tenía formación y un buen trabajo. ¿Dónde están las relaciones sociales de las que tanto presumíamos, la vida en común, los patios , el compañerismo, la vecindad?

Otro aspecto llamativo es la actuación del Estado. En Occidente el estado es paternal, un ogro filantrópico que se preocupa por nosotros aunque no queramos. El Estado nos pide que paguemos impuestos, que le sufraguemos los gastos de agua y luz aunque no consumamos, que estemos dados de alta en el censo de población. El Estado nos obliga a una serie de normas de convivencia a la hora de la educación o la salud. Es curioso que ninguna administración haya reparado en la desaparición de una ciudadana durante un periodo largo de tiempo.Una última cuestión: ¿tan mal huele en el Casco Antiguo para que el aroma de la podredumbre no haya alertado a los vecinos?

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