Uno no puede presumir de visionario de la innovación ni de detector del éxito de productos o servicios que crean nuevos mercados o que rompen el statu quo: un consultor conferenciante con todos sus avíos, jerga incluida, diría que la innovación disruptiva quiebra los paradigmas. Por suerte para la mercadotecnia y la investigación, natura no me llamó para el marketing y el I+D+i, y predije poco futuro a Red Bull, Aquarius o Nestea, y no digamos en ese placebo llamado cerveza sin alcohol. Nunca creí en los patinetes y menos en las bicis eléctricas. A pesar de vérselas antes de antes al hijo díscolo de Carolina, el bello Casiraghi, jamás pensé que se podría ir elegante y llevar zapatillas deportivas, sobre todo cuando vi a Luis Enrique de entrenador de la Roma -los minutillos que le dieron antes de guillotinar su chulería sin causa- con un terno de sastre napolitano y unas New Balance con tobillaco al aire. Junto con los de las franquicias de helados, vaticiné el batacazo de las tiendas de jabones de alta expresión. Pero no acaban de abandonar las millas del oro guiri.

Eso sí -aunque fue por un regalo- importé de la propia Italia unos náuticos tricolor y unas de las primeras bermudas para adultos de mi ciudad, prendas por las que fui cachondeado a hurtadillas en la calle: eran de lino y color mostaza, o sea, conllevaban alto riesgo de guasa en el meridión más rancio, donde hoy los más conservadores lucen jerséis de colores alocados y rigurosa bermuda estival. Pero en general, mis malos vaticinios resultaron errados en cosas de comprar y vender y consumir. Un preocupante rasgo de conservadurismo.

No fui yo solo, sin embargo, quien auguraba menos futuro que la Falange a Pedro Sánchez, que fue abochornado por los toros dominantes de su manada -los barones y Susana Díaz-, y de la mano de su manual de resistencia se ha encajado en la Moncloa. Sí le vi mucho porvenir a Pablo Iglesias, pero su afán de comisario plenipotenciario, su vanidad teatrera, su inconsistencia y sus contradicciones dinamitaron un futuro brillante en un contexto ideal para sus propuestas. Casado lo tiene a huevo, pero cuenta con los peores enemigos: los interiores. Una potencia de la naturaleza que diríase que habla antes de pensar, Ayuso, y uno, allá en el noroeste peninsular que no ya responde con otra pregunta, sino que directamente no habla, esperando que el joven presidente poscorrupción se queme con su acreedora, Cospedal, y que, a ver, le recupere a Vox los votos más montaraces de la derecha española. Será por vaticinar... Feijóo.

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