Su propio afán
Soto ante el peligro
Durante meses, España ha vivido como quien mantiene el aire atrapado en el pecho. No era solo la investigación al fiscal general del Estado. Era la sombra que se proyectaba detrás: el diseño político que permitió que ese fiscal llegara a su cargo. Pedro Sánchez no lo eligió por casualidad. Lo nombró porque lo necesitaba cerca, disponible, alineado. Un seguro personal para cuando estallaran las tormentas. Una premeditación silenciosa: colocar a un amigo en la puerta del Ministerio Público por si un día había que mover piezas, influir, presionar, orientar. También para desactivar historias que afectaban directamente a su poder, como la investigación sobre el novio de Isabel Díaz Ayuso, cuya filtración ilegal marcó el punto de ruptura. El plan parecía funcionar mientras el núcleo del poder seguía intacto. Pero cuando las alarmas sonaron en torno a su esposa, cuando su hermano acumuló imputaciones, cuando saltaron Koldo, Ábalos, Cerdán, Leire y todo el ecosistema que rodea a La Moncloa, el engranaje se activó. Era entonces cuando el fiscal debía servir. Cuando las cloacas preparadas desde arriba debían responder. De esa convicción nace la idea de inocencia del presidente: la sensación de que está por encima de la ley porque la ley la controlan los suyos. Por eso esta condena no es solo la caída de un fiscal. Es el fracaso político de quien lo nombró para blindarse. La prueba de que, pese a la presión institucional, aún queda un resorte que no se deja manipular. España ha respirado. Lo hicieron quienes creían que el fiscal era intocable y quienes veían los indicios, los movimientos nocturnos y la estrategia de revelar secretos personales para “ganar el relato”. La sentencia confirma que la justicia puede tambalearse, pero no está capturada. Sin embargo, el peligro no ha terminado. Un animal herido es más imprevisible, y Sánchez sigue en el poder. Aún tiene la capacidad de señalar y nombrar a otro fiscal general que sustituya la pieza caída. Y, como en los ERE con Griñán y Chaves, nadie duda de que activará el indulto cuando el ruido político lo permita. Hará caer una ficha y colocará otra más dócil, más alineada si cabe, para seguir el mismo plan. Esta sentencia no arregla la degradación institucional ni borra la premeditación de fondo, pero demuestra algo esencial: el intento no ha funcionado. El presidente perdió. Y un resquicio de independencia sigue resistiendo el asedio. En un país exhausto, eso ya es una victoria. Una pequeña pero decisiva señal de esperanza.
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