Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
de poco un todo
ESTOS días voy seleccionando y corrigiendo viejas entradas de mi blog, y me he parado en ésta: "Para la adolescencia indígena de un pueblo de veraneo como el mío, el otoño solía adquirir tintas dramáticas. Nos escríbiamos con las veraneantas cartas cargadas de nostalgia. Uno de aquellos cruces epistolares, tal vez el más breve, resultó decisivo. Aquellas cartas marcaron mi vocación, o al menos, puestas boca arriba, me la mostraron. Las dirigí a una chica, a una señorita, diríamos, de Badajoz. En la primera, deseando dar muestras de un fino temperamento artístico, metí en el sobre un poema y un dibujo. En su rápida contestación, ella se mostró entusiasmada con el dibujo. Del poema no decía ni mu. Fue el momento decisivo. Yo podría haberle mandado más dibujos y orientar mi carrera hacia las artes figurativas, que prometían más. Sin embargo, con una extraña conciencia de la gravedad de mi determinación, le mandé dos poemas, ni un solo dibujo. No contestó. Mi suerte estaba echada. A veces la veo los veranos por la playa. Se la ve muy contenta, con un marido que, la verdad, pinta de pintor no tiene, pero quién sabe. Yo sigo escribiendo, y tampoco me quejo".
Lo que no cuento es que la chica tenía razón. El dibujo era mucho mejor que el poema. Lo recuerdo bien porque lo calqué, poniendo un libro a contraluz y usando papel cebolla y toda la parafernalia. El poema, en cambio, me había salido de dentro y, por tanto, era malísimo, estoy seguro, aunque por suerte ni lo recuerdo ni lo he guardado y es de esperar que la chica tampoco. En ese detalle de la ínfima calidad del poema se esconde la verdadera lección de la anécdota.
Juan Ramón Jiménez decía que aquello que nos critican es lo que hemos de cultivar, porque es lo nuestro. Tiene razón, es lo nuestro, pero no nos lo critican por eso con mala idea, sino sencillamente porque es lo peor. Lo que no es nuestro, como lo copiamos o lo sacamos de la corriente general del uso o se nos pega del ambiente, queda siempre mucho más digno. O se nota menos que está mal porque va camuflado en el tono de la época o de la moda artística que sea.
Por supuesto, el trabajo que tenemos por delante es hacer bueno lo nuestro propio, y quien lo consigue es un maestro, como Juan Ramón; pero saber detectar qué es lo propio de cada uno no es poca cosa para empezar. Eso es lo único que, si lo afinamos, podremos aportar. ¡Cuánto nos pueden ayudar entonces los demás al criticarlo, o nuestro propio sentido estético viendo que es lo más endeble y lo que, a pesar de todo, hemos de cultivar!
Aquellas cartas me mostraron mi vocación, pero sin esoterismo ninguno. Estaban marcadas. Simplemente gracias a ellas detecté (con una inconsciencia que sólo ha salido a la luz 25 años después) que lo mío era, como es lógico, lo peor; y que en eso tenía que insistir. Cuando algo nos sale muy bien y nos lo aplauden mucho, sospechemos.
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