¡Pedro, Pedro!

17 de septiembre 2025 - 03:04

Apedro Sánchez la matanza de Gaza le preocupa lo mismo que la salvación de las casi extintas ballenas azules le preocupa a Donald Trump; es decir, nada en absoluto, un pimiento, una higa, un ardite (como habría dicho Cervantes). Eso lo sabe cualquier persona inteligente. Y cualquier persona inteligente sabe que Pedro Sánchez sería un devoto lameculos de Israel si las necesidades políticas –por las razones que fuesen– le llevaran a buscar su apoyo o su financiación o su poderío militar. Así que todo el montaje contra la Vuelta Ciclista a España ha sido pura propaganda histérica para ocultar –aunque sea durante dos o tres días– su inoperancia política como gobernante –no tiene Presupuestos y maneja un gobierno de títeres de cachiporra– y los peligrosísimos procesos judiciales que le están asediando, empezando por el de su esposa y siguiendo por el de su hermano y su fiscal general.

Y además, esa campaña a favor de Palestina –que en el fondo es una campaña a favor de Hamas– sirve para afianzar esa delirante alianza ideológica que la ultraizquierda europea ha sellado con el islamismo radical (y los islamistas, que son mucho más inteligentes que nuestra izquierda, están encantados: cuando llegue la hora de la victoria, y no falta mucho, se comerán con patatas a todos esos activistas antisistema que llevan el pelo teñido de azul y una argolla en la nariz, si no es que empiezan a arrojarlos directamente desde una azotea).

Pero eso, por supuesto, no le importa en absoluto a nuestro Pedro Sánchez. A él lo único que le preocupa es el ambiente irrespirable que se vive en la Moncloa entre sus familiares y allegados. Es fácil imaginar los gritos destemplados que se oyen por la noche: “Pedro, ¿pero tú no eres presidente del Gobierno? ¿Cómo puede ser que esté ocurriendo esto?”. “Esto”, claro está, es el proceso judicial de la esposa y del hermano y todo lo demás. ¿Cómo es posible que esté ocurriendo “esto”? ¿En qué cabeza cabe?

Pues sí, está ocurriendo. Pedro es un déspota autoritario que sueña con gobernar un país sometido por completo a sus caprichos, pero todavía vivimos en un Estado de derecho donde los jueces –no todos, sólo algunos– se atreven a pararle los pies al caudillito que ejerce el poder. Al menos, de momento.

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