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la tribuna

Abel Veiga Copo

Y pasó el debate

SILENCIOSAS calles. Era de noche. Llegó el debate. Pasó. Había expectación. Millones de personas pegadas a las pantallas. Doce millones. Digámoslo, nos asfixia el bipartidismo pero les vota hasta un 90% de los españoles. Ambigüedades y generalidades. Se quería debate, aunque todo estuviese milimetrado hasta el último detalle. Titubeos balbuceantes. Nervios. Cierta tensión a propósito del seguro de desempleo. Gobierno competente y creíble, blasona constantemente Mariano Rajoy. Una y otra vez. Parecía por momentos que ya es presidente del Gobierno. También se lo reconocía Pérez Rubalcaba. Recortes y déficit. Cinco millones de parados. Rajoy llama Rodríguez, hasta dos veces, se queda sin Zapatero, a Rubalcaba, agresivo y al ataque en un trastocamiento evitable de papeles, y nos recuerda que estuvo aquí hace cuatro años. ¿Intencionado? Ya lo sabe España. No tiene por qué arriesgar. Sólo arriesga Rubalcaba, es lo único que puede hacer.

Estrategia clara, atacar los flancos del Partido Popular, pedir, exigir, interpelar al próximo presidente del Gobierno que nos diga a 13 días de las elecciones qué es lo que va a hacer, apenas dice lo que él hará. El resto es titánico, imposible. Pero la pelea de Rubalcaba será otra, la del día después, la de gestionar desde Ferraz el desalojo del poder y el futuro mediato de los socialistas. Es hábil. Ha buscado los flecos del programa del Partido Popular, el que hacen y reelaboran decenas de personas y juega con la liturgia de la gramática y la sintaxis. No puede ir más allá. Cinco millones de parados y una prima de riesgo amenazadora no permiten gozar de mucha credibilidad.

No concretan, juegan con la palabra. Mismas ideas. Ni una palabra sobre la justicia, donde hay que actuar con premura y urgencia. Ni una reflexión acerca de la corrupción política, la ciénaga y cloaca de los partidos y los políticos. Parecía todo ya escuchado. Se las hemos oído una y otra vez en los discursos, en otros debates, en el Parlamento. Intentan pedagogía pero les falta la palabra. Rajoy contraataca y tilda de burdo y mentiroso a Rubalcaba, se lo dice indirectamente. Está nervioso. Rubalcaba saca declaraciones en La Nación, en el Washington Post, Rajoy replica que como conoce las artes maquiavélicas de su adversario, lee una nota del redactor argentino.

Machacona incidencia en los millones de parados. Lo sabemos todos, ninguno nos dice lo que harán. Es lo que hay. Se arrojan a la cara todo. Vuelta al pasado, al respaldo de lo que ya hicieron y les servirá como ejemplo o tal vez como copia. No son capaces de percibir la desesperación y preocupación real de los españoles. Paro y economía. Tragedias y dramas que ellos no viven, tal vez sienten, pero a lo suyo.

Gasto público que tendrán que recortar, minimizar. ¿Hay debate, hubo debate? Sinceramente, no. Eso no ha sido un debate, es un monólogo cortado por preguntas y exposiciones de programas a cuentagotas. Estado de bienestar que no será lo que ha sido. Pasarán décadas tal vez. Educación, sanidad. Dependencia. Pensionistas, desigualdad. Más de lo mismo. No concretan. Todo está muy visto. Escuchado. Uno lee, el otro no. Lee hasta la extenuación y hartazgo. No le hace falta, por qué esa inseguridad. Uno provoca, el otro elude y zigzaguea, tiene cintura y tablas. Pero no hay propuestas concretas. El miedo a movilizar al electorado que se quedará en casa es recurrente. Las cartas encima de la mesa. Rubalcaba juega a ser inquisidor, ataca, trata de acorralar a Rajoy. Éste es paciente. Espera al final. No desgrana, sigue sin concretar. No tiene por qué hacerlo porque millones le votarán sí o sí. No se aclara. Se pregunta y no se responde, cada uno a lo suyo.

Lo mejor y sorpresivo fue la idea de inquirir a Europa a que ralentice las reformas. Un plazo, dos años. Quién sabe. Todo pende de un hilo. Incluso el futuro de Europa. Política exterior. Siempre ha sido criticada, en el final de González, en el de Aznar, en el de Zapatero. Democracia y calidad. Pero cuándo regeneraremos una democracia de calidad. Señores, un debate no es eso, es un intercambio de propuestas, de ideas, de soluciones, es un diálogo, es contraposición de posturas. Un debate no es un guión ni unas fichas preestablecidas, pactadas unas preguntas. Un debate es diálogo, no encorsetamiento. Es espontaneidad, es admitir interpelaciones de periodistas y analistas de la política.

Fue un ensayo, un cálculo de aguantar y saber que se diluirán en los trece días que restan hasta la apertura de las urnas. Para algunos sólo quedan las anécdotas. Las pifias, el no decir nada de lo que se hará, o que el otro candidato planteó un debate de modo torpe. ¿Habrán aclarado los trece millones de indecisos que en teoría existen siquiera si acudirán a votar? Y las demás opciones políticas. Representatividad escamoteada.

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