La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
No podemos saber si es verdad la grave denuncia por supuesto abuso de menores que un antiguo seminarista ha presentado contra el obispo de Cádiz, pero la mínima conciencia de la sociedad que queremos nos debe llevar a defender su inocencia, que será la que prevalezca hasta que no se demuestre lo contrario. De la misma manera, debemos exigir que se investigue a fondo.
En todo caso, Rafael Zornoza ya debe saber que ha sido juzgado en su momento por ese Dios al que dice seguir y que, si ha de creerse lo que predica, todo lo ve. Es decir, que la justicia humana (y la del Tribunal de la Rota lo es) decidirá sobre su asunto, pero el epíscope ya sabe si es culpable o no, y eso es lo que importa.
Así que ahora sólo hay dos maneras de imaginarse el estado de ánimo de monseñor: si en paz consigo mismo sabiéndose inocente, o apesadumbrado y derrotado por la culpa que debería haberle acompañado durante años. En el primer caso, no tiene nada que temer aún en el supuesto de que fuera condenado por los imperfectos hombres, puesto que para él el único juez válido es el Supremo (el Creador, no el Tribunal). En el segundo, todavía la religión cristiana le ofrece una salida: la confesión de sus pecados y su absolución, aunque esta solo sería posible tras cumplir la penitencia que se le imponga.
Luego está su dimensión pública. Tiene don Rafael una condición, aparte de la humana y cristiana, que da más relevancia al caso, y que es su estatus de pastor de los fieles de la diócesis y de cabeza de sacerdotes y religiosos en su ámbito, a los que es fácil representarse en estos días en un estado fatal de desorientación, y ante los que debería presentarse a dar explicaciones, en el sentido que sea, en lugar de suspender su agenda. Refugiarse en su palacio, sea este real o metafórico, no es el ejemplo que requieren las almas feligresas ante lo que, nos pongamos como nos pongamos, es un auténtico escándalo.
Así que una comparecencia, una asamblea (esa es la etimología de iglesia, del griego ‘eklisía’), e incluso una epístola serían necesarias para rendir cuentas ante la comunidad impactada. Un obispo no es un eremita sino un representante y gobernador a la vez. Rezaba un viejo dicho que “pecado ocultado está medio perdonado” pero no parece que esta sea la solución. La absolución de los mismos, si es que han existido, no debe correr el mismo destino que el lavado de los trapos sucios. Y si el obispo es inocente, y eso hay que sostenerlo mientras estemos en este momento, aquí paz y después gloria.
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