El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

Creo que al primero que vi vestido de smoking y con unos tenis blancos era a Milikito cuando presentaba un programa de Telecinco por las noches. Nunca creí que aquella extravagancia se convirtiría en moda porque ya el zapato presuntamente deportivo se los pone la gente hasta para la noche de bodas.

Hace unas semanas vi a un cantante de ópera, el exponente máximo de la finura y la corrección, vestido con su chaqué con más brillos que el casco de un romano del Ecce Homo pero luego, en los pies, llevaba el tío puesto unos tenis de color blanco como si en vez de cantar La Traviata fuera a correr la maratón de Siracusa.

El mundo quiere salir corriendo por patas por cómo está la cosa y a lo mejor por eso todo el mundo lleva zapatos deportivos, lo que antes se llamaba unos tenis, porque era lo que llevaba Manolo Orantes cuando jugaba a dar raquetazos.

Ahora entras en una tienda de zapatos y todo lo que hay son deportivos. Los mocasines, esos zapatos comoditos y fresquitos para el verano, han muerto. Han desaparecido de las estanterías, expulsados por la moda de los pies deportivos.

El otro día vi a unos jóvenes cofrades en un acto devoto y comprobé como todos, tanto cofrades como cofradas, llevaban en lo que es la zapatería unos deportivos, además, en algún caso, de vistosos colores: ni mocasines, ni tacones… al menos en los pies estamos alcanzando la igualdad.

Pero la gente no solo lleva pantalones y faldas pijas y luego unos zapatos como de baloncesto puestos en las bodas y saraos varios, es que además hay un concurso para ver quien lleva más colorines y más llamativos en los pies. Hay unas cosas como fosforescentes, como si todo el mundo fuera bombero de servicio.

Yo incluso pondría en duda, en este terreno soy negacionista, la teoría de que haya subido la altura media de España. Lo que pasa es que la gente lleva unos zapatos que tienen una suela de metro y medio de altura.

La última vez que fui a comprarme unos zapatos, visiblemente acongojado porque no había mocasines, ni playeras, el dependiente me trajo unos deportivos que tenían unas bolsas de aire en las suelas que cuando andabas, de lo cómodo que ibas, parece que ibas apoyado en una tarta de San Marcos, de lo suave que era aquello. Cuando los sacó de la caja, más que unos zapatos, aquello parecia el casco de un petrolero. El zapato mio llegaba al destino hora y media antes que yo, debido al tamaño.

Antes los zapatos eran una cosa muy discreta. Uno se ponía lo que llamara menos la atención para que la gente se fijara en otras zonas de tu cuerpo. Ahora la gente quiere que le mires los pies y se ponen cosas de lo más llamativa. Y no vamos a hablar de los calcetines. Eso me lo guardo para otro artículo.

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