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La tribuna

ismael / yebra

Del libro y otros cachivaches

CURIOSO mundo este del libro. Goza de un cartel que es defendido por unos y otros, incluso por los que no leen jamás. Nunca más cierto aquello de que no hay creyente más ortodoxo que el converso. En el mundo del libro pasa lo mismo. En el gallinero lector, los que más cacarean suelen ser los que no leen, leen poco o leen lo que no merece la pena ser leído.

Acabo de comprar los libros de texto para mi hijo de primero de Bachiller. No es que venga ofuscado, pero sí un poco contrariado como puede verse. En primer lugar, por el precio. Me parece un auténtico abuso lo que valen los libros de texto. Teniendo en cuenta que son tiradas grandes, encuadernados en rústica y, según dicen, un bien primario. ¿Cómo pueden gozar de tanto margen de beneficios? Se me podrá decir que el bachillerato ya no es una enseñanza obligatoria, que los libros de texto de Primaria y ESO están financiados por la Administración… ¿Acaso la Administración no nos cuesta el dinero?

Continuamente nos repiten pedagogos y profesores aquello de la enseñanza multimedia. Que si una imagen vale más que mil palabras, que si el audio-libro, la enseñanza basada en el power-point… Esa cantinela que pretende transmitir la idea equivocada de que se puede aprender sin esfuerzo, pasándoselo bien, de una forma divertida. Y nada más lejos de la realidad. El aprendizaje siempre va precedido del esfuerzo y, mucho más, si lo que se busca es la tan traída y llevada excelencia.

A pesar de todas estas innovaciones docentes, el libro sigue siendo la base de toda enseñanza. Y no seré yo quien opine lo contrario, ya que me considero un bibliófilo empedernido, por no decir un auténtico bibliómano o lector de libros de forma compulsiva. Todas estas patologías librescas han de combatirse con el mismo antídoto: con el libro. Pero no con un libro cualquiera, sino con un buen libro.

Uno de los artículos periodísticos que más me han gustado a lo largo de mi vida lectora ha sido uno firmado por José Luis García Martín y titulado Contra los libros. Quien conozca a este excelente escritor y crítico literario sabe que los libros forman parte de su vida, tal vez la más importante. Pero se rebela contra esos objetos que no dicen nada, y que se visten en forma de libros con el fin exclusivo de la ganancia comercial. En un momento de su artículo llega a escribir: "¡Cuántos buenos programas de televisión han dejado de verse por leer malos libros!".

Y así lo pienso modestamente. No me considero nadie para decir si este libro es bueno o es malo. No soy un crítico literario que tenga autoridad para elaborar una especie de canon que sepa separar el trigo de la cizaña, la hierba de la mies. Pero eso se ve venir. Cualquier lector medio avezado se da cuenta de qué libro merece la pena y cuál no. Y en esto habrá, lógicamente, diferencias personales. Afortunadamente aquello del pensamiento único está superado. Pero si un lector no consigue discernir qué obra merece la pena y cuál no, está perdiendo el tiempo. No ha sabido sacarle partido a sus horas lectoras y podría haberlas aprovechado mejor, por ejemplo, charlando, paseando o disfrutando del paisaje.

Las grandes editoriales pertenecen a grupos de empresas que utilizan la vertiente editorial como simple diversificación del riesgo, cuando no para otros intereses más oscuros y menos altruistas. El libro se convierte así en un simple objeto sometido al compro-vendo-cambio. No interesa su contenido, ni siquiera esa idea utópica y llena de filantropía de mejorar al ser humano, sino el mercadeo. Aunque alguien dijo -lamento no recordar su nombre- que "por desgracia la cultura no nos hace mejores".

Así es, efectivamente, en determinadas ocasiones; pero en otras muchas sí que logra mejorarnos. Y el libro es una baza fundamental para ello. Por eso merece una atención especial, que no dudo que la tenga en ocasiones, pero en otras muchas falla. Como es el caso de los libros de texto. Cada año, por estas fechas, leo a numerosos columnistas denunciar el tejemaneje que existe alrededor de los libros de texto. Pero año tras año asistimos al mismo espectáculo. Y este circo no debe rondar por los predios de la educación. No todas las familias están en condiciones de afrontar un gasto en un material que, como he comprobado años atrás, ni siquiera se utiliza. Hay libros de las listas facilitadas por los centros que pasa el curso y ni siquiera se abren. Y lo peor es que ya no le sirven a nadie, ni a un hermano menor, porque al año siguiente han cambiado la editorial o los autores del texto. Vivir para ver. Como decían los antiguos, "esto no está ni en los escritos" .

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