DESDE hace ya varias temporadas venimos asistiendo al triste espectáculo que supone ver como año tras año desaparecen o se desmantelan grandes clubes deportivos de nuestro país que parecen no merecer la atención del fútbol.

Hace dos años, el Perfumerías Avenida ganó la Euroliga femenina y consiguió colarse en los telediarios y periódicos nacionales. Semanas más tarde, el club vendía a sus principales jugadoras por necesidad económica. Este año, el Atlético de Madrid de balonmano, única competencia para el Barcelona, anunció su desaparición tras dejar todo su presupuesto en unos sueldos que no podía afrontar sin éxitos notables.

La lista de casos como estos es larga, y en ellos no suele suceder lo que en el del Deportivo de La Coruña, salvado del descenso por impagos sobre la bocina, sino que se les deja a su suerte. Tampoco se les perdonan ni aplazan las deudas, como viene haciendo, además de acreedores, la Seguridad Social con los clubes de fútbol. Y todo porque en este país parece que no interesa lo más mínimo un solo deporte aparte del balompié.

Ante esta realidad surge la duda. ¿En qué medida es mejor o más bello un gol de fútbol que otro de balonmano, o que un mate de baloncesto o un remate de voleibol? ¿Acaso es mayor la entrega de estas estrellas que la de los jugadores de deportes minoritarios, que salvo en casos contados tienen incluso que costearse su propia actividad?

Por eso, aficionados, ¿de verdad merecen 22 tipos en calzonas el amor de los millones de personas que desprecian al resto de disciplinas? Si de verdad les gusta el deporte y no sólo la pertenencia a una masa uniforme, denle una oportunidad a los minoritarios. Reflexionen sobre si vale la pena pagar religiosamente las entradas o abonos televisivos que permiten los obscenos contratos de Cristianos y Messis y pásense algún día por un partido de otra modalidad deportiva. No se arrepentirán.