Los jíbaros

El cebo de la extranjeridad no opera sólo ni principalmente contra el emigrante. Opera sobre el cuerpo social

Uno escucha a Teresa May explicando las ventajas del Brexit, y resulta que la gran ganancia del acuerdo, la enorme cosecha de beneficios, consiste en que los europeos ya "no podrán saltarse la cola" para entrar en Gran Bretaña. Es decir, que la inmensa malla legal que la UE extiende sobre sus ciudadanos queda reducida a eso, a un parco y mezquino provincianismo, que ignora voluntariamente el colosal -y frágil- entramado europeo. Naturalmente, esto supone una derrota, no sólo de Gran Bretaña, sino de una idea de Europa contraria, en todo punto, a la ardiente y vertiginosa mala fe de Nigel Farage, que ha dirigido a su país hacia una situación gravosa, a sabiendas de que mentía. Pero esto supone, en primer término, un recrudecimiento de la idea del Otro, un concepto amenazador y adverso del extranjero, que tanto Farage como Boris Johnson no han dudado en alentar en beneficio propio.

Todos sabemos qué significa eso. Todos conocemos los estragos del nacionalismo en el País Vasco y Cataluña, donde la ingeniería social ha logrado extranjerizar a buena parte de su población, en nombre de la pureza. Pero todos sabemos -volviendo a Gran Bretaña y el sombrío trance en que se halla- que esta sed de ideal, inducida por la ambición más estúpida, es también irrealizable. La cantidad de enfermeros españoles que han encontrado un trabajo y un hogar en Gran Bretaña es un ejemplo obvio de lo que decimos. Hace ya veinte años que Robin Dunbar, antropólogo británico, alertaba de esta carencia educativa, cubierta por otros, en su Miedo a la ciencia. Quiero decir con esto que ninguna sociedad es impermeable, y que el discurso de Farage, o el de racistas como Torra, no va dirigido a convertir a su país en una improbable autarquía, sino a distinguir, dentro de sus fronteras, entre los buenos y los malos patriotas. El cebo de la extranjeridad no opera, pues, sólo ni principalmente contra el emigrante. Opera sobre el cuerpo social, envileciendo el ánimo de sus administrados. En rigor, se trata de una jibarización intelectual de sus ciudadanos, que ya sólo habrán de discernir al lugareño del forastero, lo bueno de lo malo, lo propio ante lo extraño, sin que la complejidad del mundo venga a enturbiar sus sueños.

Como sabemos, es el miedo el motor último de esta deriva infausta. Y es el miedo el que origina al Otro. Un Otro que ya no vendrá de una tierra lejana, sino de nuestro propio corazón, ahora extraño, impaciente, sospechoso.

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