EL Cádiz empieza el domingo el camino más difícil para volver a Segunda. Tal y como proclamaba ayer Claudio Barragán, el mayor enemigo para superar las dos eliminatorias es el propio equipo amarillo, la gestión de la presión y los nervios. El Cádiz ha mostrado durante la temporada que tiene poderío suficiente para alcanzar el objetivo, pero probablemente no se consiga si vuelve a repetirse el bloqueo que sufrieron el domingo pasado contra el Oviedo.

Los cadistas han demostrado muchas veces que están acostumbrados a sufrir; a administrar los nervios ante eliminatorias para salir del pozo; a ilusionarse para llenar Carranza y recibir por todo lo alto a un equipo que aún no ha conseguido el objetivo; a jalear para hacer efectivo lo del jugador número 12. Coger el camino difícil no asusta. Pero presenciar impotentes cómo a los jugadores les tiemblan las piernas en los momentos decisivos, eso sí. Eso asusta. Nadie quiere un nuevo 'síndrome Cases'.

El recuerdo frustrante de jugadores perdidos por el campo, sin tensión en el juego y sin que les doliese la camiseta que llevaban puesta es una sombra que vuelve en momentos de incertidumbre. Pero no debe ser el caso de este equipo. Por eso desconcierta el bloqueo que se vio el domingo. No se puede ir perdiendo una eliminatoria y no tirar a puerta durante 30 minutos. Estos jugadores tienen la calidad para que no se repita y un entrenador con suficiente carácter para no permitirlo. El estado anímico es fundamental. Hay que creérselo y salir a comerse el balón.

El Cádiz tiene argumentos para ganar, pero lo que debe primar en estos partidos que faltan es la intensidad. El domingo se perdieron los rechaces y los balones divididos. No pueden ganar en ganas, en lucha, ya sea el Hércules o cualquiera que toque. Porque independientemente del resultado, lo que los cadistas probablemente no entenderían y les costaría perdonar es que no se muera en el intento.