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En el lenguaje se esconden las jerarquías invisibles con las que medimos a las personas. Cuando hablamos de alguien que viene de otro país a trabajar en España, solemos decir extranjero si se trata de un ingeniero fichado por una gran empresa tecnológica, o de un futbolista contratado por un club de primera división. Pero cuando la persona que cruza la frontera lo hace empujada por la necesidad, buscando oportunidades en trabajos menos prestigiosos, el término que utilizamos con naturalidad es inmigrante. Ambas palabras designan lo mismo: alguien que no nació aquí, alguien que llega desde fuera. Sin embargo, las connotaciones son radicalmente distintas. Extranjero suena a pasaporte con visado dorado, a currículum brillante, a alguien que aporta riqueza y conocimiento. Inmigrante parece cargar con un eco de sospecha, de marginalidad, como si solo nombrar la palabra activara el prejuicio de que esa persona viene a quitar en lugar de a sumar. Casos los hay, sin duda, y delincuentes más de lo deseable. Es curioso: a un cirujano francés le llamamos extranjero, y lo recibimos con respeto. Pero al jornalero marroquí, al repartidor latinoamericano o a la mujer ucraniana que limpia casas, preferimos llamarlos inmigrantes. La diferencia no está en el diccionario, sino en la mirada que proyectamos según su compromiso. La semántica se vuelve política: un extranjero es inversión, un inmigrante es necesidad. Uno viene, el otro huye. ¿En qué momento se pasa de ser inmigrante a extranjero? Tal vez, en el instante en que el mercado decide que su trabajo genera prestigio o rentabilidad. Entonces, el adjetivo cambia de piel y con él cambia también la percepción social. Pero la verdad es que todos son, ante todo, personas que dejaron su tierra y a los suyos para buscar una vida mejor. Más que diferenciarlos en función del valor económico que les atribuimos, deberíamos reconocer que casi todas las personas de bien comparten una misma condición humana. España no necesita inmigrantes sin rumbo, control, ni oportunidades, sino extranjeros preparados y con proyectos de futuro. El verdadero objetivo es acompañar a quienes llegan para que pasen de ser inmigrantes a convertirse en ciudadanos productivos, con posibilidad de alcanzar la nacionalidad española como una riqueza que fortalece al propio país.
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