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La cornucopia

Gonzalo Figueroa

De injurias anónimas

AMBROSE Bierce definía al crítico como "El individuo que se alaba mucho a sí mismo porque nadie intenta alabarlo a él" y el filósofo estadounidense Ralph Waldo Emerson sostenía al respecto que "destrozar es el negocio de los que son incapaces de construir". En mi modesta parcela periodística soy respetuoso de las opiniones adversas, siempre que sus términos sean comedidos. En igual sentido se expresaba en El País el catedrático Gregorio Peces-Barba analizando el actual debate lingüístico, al reclamar por la falta de consideración de algunos, citando a mi admirado Don Fernando de los Ríos, quien en la primera mitad del siglo XX ya lo denunciaba, pidiendo "templanza y buenas formas".

Esto viene a cuento porque mi anterior columna semanal ha recibido en Internet dos feroces críticas anónimas. En aquélla yo sólo pretendía, con absoluta asepsia y sin una gota de agresividad, plantear objetivamente el problema de las lenguas minoritarias frente a las de una sociedad distinta y mayoritaria y, con tal fin, mencioné el problema vasco, pensando que el conflicto lingüístico podría estar en una parte de la postura etarra. Y aprovechando el humor del genial G.B.Shaw, me referí a su comedia Pigmalión, que muestra las dificultades de un aprendizaje del inglés académico por parte de una florista ignorante. Pero mis dos críticos se ensañan conmigo: uno considera mi texto "nefasto", definiéndolo como parte de un "manifiesto en defensa del castellano" y que la violencia etarra "nada tiene que ver con el idioma que hablan"; y el otro, más duro aún, me trata de ignorante por hablar de temas "en un país que no es el propio", porque "hay que saber un poco de Historia", recalcando la mayúscula, y "tener menos ínfulas pseudointelectuales y lecturas de ocasión", por lo que necesito mi propio "Pigmalión".

Mi respuesta es simple: a mucha honra, poseo la nacionalidad española, además de mi chilena de nacimiento, conservando ambas gracias al Tratado de doble nacionalidad entre dichos Estados. Además, soy abogado colegiado en ambos países, si bien resido y trabajo en España desde hace más de 38 años ininterrumpidamente. Supongo que eso me autoriza a opinar en y sobre esta lengua común que venero. Y como no paso de la condición de observador y jamás he presumido de intelectual, menos puedo ser pseudo ídem. En cuanto a mis conocimientos de Historia, si mis críticos renuncian al blindado y facilón anonimato y se identifican, podrían medirlos en un amigable coloquio.

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