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EL ALAMBIQUE

Rafael / Gómez / Ojeda

65 horas

HASTA hace poco, los trabajadores, para ganarse el sustento estaban obligados a trabajar de sol a sol y algunos, de luna a luna. Conscientes de tan injusta situación, llevaron a cabo una serie de actos que les costaron sangre, sudor, lágrimas y, muchas veces, la propia vida. La reducción de la jornada laboral, las vacaciones, la seguridad social y las mejores condiciones de trabajo no se las han regalado nadie; han sido conquistadas tras varias generaciones de lucha. Buena parte de la historia moderna está escrita por la lucha de los trabajadores contra la explotación y por una vida digna. Conquistado todo esto, algunos intelectuales posiblemente en nómina de grandes empresas, afirman que este mundo feliz es fruto de la magnanimidad del gran capital, y que estamos viviendo el fin de la Historia, de las crisis y de la lucha de clases. Ya no hay contradicciones entre las clases sociales. Emilio Botín es igual que un marinero en paro; ambos son piezas del mismo mecanismo, aunque uno sea el pomo de oro de la palanca de cambio, y el otro, el tubo de escape. Los políticos encantados con esos análisis, creían ser los adalides de ese edén social.

En esos sueños estaban filósofos, economistas y gobernantes, hasta que la temida crisis ocupó las primeras páginas de los diarios y apareció en la televisión. Se acabó la eterna paz social que nos pregonaban día a día. Sabedores de que la crisis la padecen siempre la misma clase social, es decir, los trabajadores, a los sesudos ministros europeos se les ha ocurrido proponer la vuelta al siglo XIX implantando una jornada laboral de 65 horas. Eso sí, pactada libremente. Faltaría más. Con lo que aman las grandes fortunas la libertad (de comercio). No hace falta ser economista para darse cuenta de que tal propuesta es un torpedo en la línea de flotación de la clase obrera que, debido a su desarme ideológico y a esos buenos chicos socialdemócratas, está condenada a sufrirla si no se opone a ello con todas sus fuerzas. Más de un siglo de conquistas sociales no pueden estar en manos de personas tan faltas de valores morales.

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