Hay otra cosa

19 de octubre 2025 - 03:07

Ayer explicaba aquí que el partido de Abascal tendría que aplaudir más que el PP asuma ahora aquellas ideas que Vox se desgañitó defendiendo en el desierto. Desplegaba un abanico de motivos para la celebración, desde los más metafísicos –si algo está bien, está bien que cualquiera lo sostenga– a los más tácticos –las críticas de ayer se vuelven premios–. ¿Es posible que eso, tan claro que hasta lo ve un provinciano despistado y divagante como yo, no lo vean los listísimos gabinetes de estrategas de los dos partidos? Claro que no. Vox ve la ventaja que reciben y el PP ve la ventaja que les regala. Entonces, ¿de qué se queja uno y por qué lo hace otro? Pues porque hay otra cosa, más sutil.

Vox ha puesto sus martillos a remachar una idea: el PSOE y el PP son lo mismo, o sea, que el bipartidismo no es más que las dos caras de la misma moneda. Sin duda, el discurso ha dado en el clavo, sobre todo porque tiene su base, como demuestran tantas votaciones conjuntas en la Unión Europea y tanta política paralela en las comunidades autónomas.

Con su cambio de discurso, el PP parece que abrazarse a Vox como el boxeador que, agarrando al contrincante, quiere parar la somanta de golpes para tomarse un respiro. Por eso, Vox no termina de estar contento con el aparente reconocimiento de que tenía razón. Detecta la finta. Y aporta la prueba de que, aunque Feijóo cambia sus promesas de políticas de inmigración, Moreno Bonilla sigue teniendo un corazón asín de ancho e Isabel Díaz Ayuso sigue sin hacer pruebas de edad a los supuestos menas.

Con independencia de su sinceridad, el giro más o menos retórico del PP demuestra una cosa que tendría que regocijar a Vox. Los populares, por primera vez en muchísimo tiempo, temen más a la crítica del partido de su derecha que a la crítica del partido de su izquierda. Saben que el PSOE les va a acusar de confundirse con la extrema derecha, pero lo prefieren a que Vox les acuse de acercarse al PSOE. Aunque sólo fuese un cambio cosmético y electoralista, ya supone el reconocimiento muy trascendente de un cambio inédito en la inercia democrática de España.

Si el cambio, además, fuese sincero, que eso está por ver, sería un punto de inflexión en nuestra historia. Por otra parte, si no es ahora, será –como profetizan estos indicios– más pronto que tarde.

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