La aldaba
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Algunos organizadores de conferencias no quieren que haya preguntas del público, temiendo al conferenciante solapado, que suelta su ponencia. Es un riesgo, sin duda; pero yo, en las mías, prefiero que las haya, porque recogen y redondean los argumentos que dejé sueltos. Y aportan iluminaciones de su propia cosecha que redundan en la brillantez global del acto.
Pasa igual con los artículos. El otro día escribí uno defendiendo con angustia una idea muy mía: los ciudadanos no podemos resignarnos a que, con la inflación legislativa, todo lo que no esté prohibido sea obligatorio. ¿Dónde queda entonces nuestra libertad? Domingo González, en su imprescindible Soberanismos, ha desmontado la trampa en que nos meten. Nos dicen que las leyes son expresión de la voluntad soberana del pueblo y entonces somos libres cuando cumplimos todas las leyes porque son “nuestra” voluntad. ¡Y un cuerno!, con perdón de los astados. La libertad no se deja atrapar por esos juegos de manos de la teoría política. Si todo está regulado, vivimos en un régimen totalitario, con independencia del mecanismo de expedición de las normas omnipresentes.
La cuestión, decía yo, se hace más espinosa dentro de las familias, pues frente a la potestad del Estado Total, la autoridad paterna se desvanece. Los hijos no ven en sus mayores ni una fuente de derecho ni a los garantes de un código moral propio, sino a los vigilantes –vigilados– del orden positivista.
Los comentaristas me ayudaron a afinar cuatro casos especialmente humillantes. 1. Esos padres impotentes que acaban reclamando al Estado que prohíba con un decreto lo que ellos tendrían que vetar; por ejemplo, el botellón. 2. Padres que no dejan que sus hijos hagan lo que a ellos no les parece mal pero prohíbe la ley, como mojarse los labios con vino para ir aprendiendo enología y a beber con señorío. 3. Progenitores A y B que dejan hacer lo que repugna a su código moral porque la norma lo permite, véase, por poner un extremo máximo y protegido por ley, que una menor aborte. Y 4., por último, obligar a los hijos a algo contra su conciencia, como sostener en público opiniones que no tienen.
Están logrando el sueño totalitario de arrebatar los hijos a los padres, pero sin sacarlos de casa, metiendo el BOE por la ventana. Hay que defender los fueros viejos.
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