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Cuando dije en casa de mis padres que no me gustaba la feria, tendría veintitantos años, conseguí por primera vez que todos estuvieran de acuerdo, la carcajada fue unánime. Pues no me gusta, insistí.

No podían entender que cogiese la feria de cabo a rabo para después proclamar como una conversa que vaya paliza, que cuánto cansa tanto ruido, que te pasas el día esperando el rato bueno que llega o no llega, que es muy cara e incómoda, en fin, lo que decimos todos aquellos a los que no nos gusta la feria pero no podemos dejar de ir.

El día que mi marido, todavía novio, me dijo, uf la feria, que poquitas ganas tengo yo de feria este año, comprendí que éramos almas gemelas. Era una de esas escenas a las que ponen música de fondo en las películas romanticonas. Por corresponder le contesté entregada, si quieres nos la saltamos, yo estoy igual que tú. Ni que decir tiene que nos quedamos en Jerez y con cierto espíritu masoquista nos entregamos a lo inevitable.

Pasan los años y sigo en mis trece, en frio la feria no me gusta nada de nada. Si cualquiera me pregunta, le digo que no sé cómo se presenta este año, que teníamos pensado irnos de viaje pero me han plantado unos juicios que me han fastidiado los planes. Otros años la excusa ha sido que venían amigos de fuera, o las entradas de los toros que nos obligan a quedarnos. En fin, que no hay escapatoria posible.

A veces pienso que la feria está llena de gente a la que no le gusta feria y los pobres ponen, como yo, toda su voluntad. Si te abrazan cuando te ven, si bailan, si se ponen chispita, no es porque se vuelvan locos, es porque están intentando convencerse de que la feria es estupenda y se lo están pasando de muerte.

Hay también un componente supersticioso en ese rechazo a hablar en frío de la feria. Cuando faltan meses me digo, ya se verá cuando llegue, a saber si tengo o no ganas o si pasa algo malo, porque, a una de vez en cuando le entran pensamientos funestos que no puede apartar. Por eso soy incapaz de encargarme un traje de gitana con meses de antelación, por eso no saco el que tengo hasta dos semanas antes.

Sé que es una profunda contradicción pretender la espontaneidad en una fiesta que para los de aquí es consabida pero, para mí, la feria es y será siempre una incógnita, como cuando era jovencilla y no sabía si vería o no al niño que me gustaba. Buscar un momento mágico que no siempre llega, eso es la feria.

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