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Con la venia

fERNANDO / SANTIAGO

El fin del comercio

Afinales de los 80 en Cádiz se abría un videoclub cada semana. Todos los currantes de astilleros que salieron con una indemnización, bien sea por sordos o bien sea un premio patada, montaban uno en cada esquina. Eran los años locos del VHS. Cádiz no hacía otra cosa que ver vídeos. Pasado el tiempo llegaron los DVD y de ahí a la televisión de pago y el ocaso de aquella industria. Antes y ahora el refugio socorrido para cualquier inversión es un bar. Cualquiera monta uno y acto seguido obtiene el apoyo incondicional de Antonio de María para que la gente no pueda mear y para llenar la calle de mesas y veladores hasta altas horas de la madrugada. Los bares son un eterno gaditano. Antes venían de La Guardia y de Yunquera como venían del Valle del Pas a montar almacenes. Como ya no le dan indemnizaciones a nadie y si lo hacen son tan pequeñas que no da ni para montar un puesto ambulante, se ha estabilizado la industria de los bares.

Durante los primeros años del nuevo siglo Cádiz estaba llena de inmobiliarias. Cualquiera con una carpeta montaba una para vender pisos a comisión. Fue la época dorada de notarios y comisionistas. Ahora todo el mundo trabaja en una clínica dental y a lo más que aspira el gaditano que no se quiere marchar es a trabajar en el Mercadona o si acaso que te fichen Los Carapapa o Juan Carlos Aragón, garantía de éxito. Son algunas de las escasas opciones laborales que enfrenta el gaditano. El comercio ha entrado en tal declive que apenas hay algunas franquicias en las calles del centro. Tras la supresión de los anuncios comerciales en bandolera de las calles de Cádiz por iniciativa de los ayuntamientos de Carlos Díaz, ahora lo más que sobresale de balcones y fachadas del casco antiguo son banderolas con el Se Vende y Se Alquila. Son los dos letreros que más se repiten por toda la ciudad. Pasado el Mundial ya no quedan ni banderas de España y el Ayuntamiento retiró tras el 12 sus propios gallardetes (dejando los tornillos). Ya no hay comercios, ni bares, ni videoclubs. Si acaso yogurterías y tiendas de chucherías con unos precios accesibles al castigado bolsillo gaditano. Queda por montar una tienda donde se pague con un kilo de garbanzos, que parece ser la moneda de uso corriente en Cádiz para cualquier evento que se precie. La burguesía comercial que tanta fama dio a la ciudad desapareció para siempre. Sus últimos descendientes juegan al croquet en Vistahermosa y hacen fiestas ibicencas.

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