La esquina

josé / aguilar

Lo que los estropea

DECÍAMOS no ayer, pero sí hace pocos días, a cuenta del relevo generacional de la clase reinante en Andalucía, que la política no es mala -al contrario, es actividad hermosa, apasionante y útil-, pero que quien la adopta desde muy joven como única profesión y fuente también única de su sustento acaba teniendo una visión sesgada, unidimensional y tóxica de la vida. Y resulta un mal gobernante.

¿Por qué? Porque le será muy difícil, cuando no imposible, ponerse en el lugar de la gente corriente cuyo interés debe proteger y defender. Es un problema de vivencias: las de los cachorros de los partidos, que en su vida han trabajado por cuenta ajena fuera de la política ni han emprendido nada con riesgo personal en el sector privado, no se parecen en nada a las de los jóvenes de su edad, martirizados por el desempleo, la precariedad o la falta de oportunidades para rentabilizar sus esfuerzos en estudiar y formarse.

Vivencias aparte, hay otro factor negativo en esta élite de muchachos volcados en la política desde la adolescencia, con los estudios abandonados o terminados a trancas y barrancas: su absoluta dependencia del partido al que se adscriben para la supervivencia, como escribió el domingo 30 mi compañero Carlos Colón. Al carecer de opción profesional propia, su horizonte vital no es otro que vivir permanentemente de la política. No les queda otra salida porque ellos mismos se la cierran cuando apuestan por la que eligieron en la primera juventud, y sólo por esa. Y la noble vocación inicial se va convirtiendo a la vez, quizás inopinadamente, en oficio remunerado y tabla de salvación.

El problema es que, dado el funcionamiento de los partidos en España y los mecanismos de representación y elección, el ascenso profesional de estas personas se basa menos en el mérito y la capacidad que en la obediencia y la fidelidad a los que mandan (en cada momento). Uno llega a diputado o a consejero no tanto por su trabajo, preparación o brillantez cuanto por su lealtad al jefe. Para hacer carrera es mejor conspirar, maniobrar, pisotear a los competidores y cambiar de caballo cuando sea menester que estudiar, prepararse, defender unas ideas o decir la verdad en vez de adular y trepar.

Las triviales prebendas de los políticos y la ingente predisposición de cualquier ser humano a adaptar sus posiciones a su interés hacen el resto. Demasiadas tentaciones.

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