Tribuna libre

Francisco / Ponce

La defensa de Cádiz en 1810

"Ad perpetuam rei memoriam"

ES cosa bastante conocida que algunos gaditanos creen que el bastión infranqueable que contuvo el empuje de las fuerzas napoleónicas del mariscal Víctor, cuando en los primeros días de febrero de 1810 éstas intentaron el asalto de la fortaleza gaditana, era el complejo fortificado anejo a la llamada Puerta de Tierra, es decir, las murallas de Cádiz. La serie de fosos, escarpas, contraescarpas, caminos cubiertos, contraminas, revellines, glacis, etc., ejemplo perfecto de la poliorcética del momento, era una obra muy terminada -paradigmática, diríamos- de la ingeniería militar, pero tuvo poco que ver con las huestes del emperador de los franceses.

Como es sabido, el frente de la lucha estuvo en las inmediaciones de la Isla de León -aún no se llamaba San Fernando-, y el caño de Sancti Petri fue el límite de actuación de ambos contendientes. Sin embargo, desde el primer momento, las fuerzas defensoras tuvieron un punto avanzado en la cabecera del puente de Suazo y en el Baluarte del Portazgo (Tres Caminos) junto al caño de Zurraque.

Por aquellos días, acababa de llegar a La Isla -a marchas forzadas y pisándoles los talones las tropas francesas- el ejército de operaciones en Extremadura, al mando del duque de Alburquerque, cuyos 11.000 hombres se apresuraron a cubrir la línea, intentando contener a las fuerzas galas. La artillería de las defensas isleñas, no obstante, se hallaba bajo el mando del capitán de navío don Diego Alvear y Ponce de León, viejo y experimentado marino que, como veremos, supo estar a la altura de las circunstancias.

Cuando las vanguardias del mariscal Víctor llegaron a las proximidades del fuerte del Portazgo, fueron recibidas con un intenso fuego de artilleria dirigido por los hombres de Alvear. Las fuerzas francesas, imposibilitadas para desplegarse a través del fangal de las salinas, hubieron de caminar en formación cerrada a lo largo del arrecife o carretera de Puerto Real a San Fernando, por lo que fueron fácilmente machacadas por el intenso fuego artillero de los fuertes isleños.

Para prevenir un posible ataque de la caballería imperial contra estos fuertes, el duque de Alburquerque dispuso que un nutrido contingente de sus hombre se apostase entre las piezas de los reductos artilleros, haciendo intenso fuego de fusilería. Sin embargo, su presencia en los fuertes embarazaba grandemente los movimientos de los servidores de las piezas, que necesitaban tal espacio para sus maniobras de recarga. Ello suscitó una agria discusión entre Alburquerque y Alvear, movidos ambos por el plausible intento de rechazar a los franceses. Este último pidió insistentemente al duque que retirara sus hombres de los reductos y Alburquerque replicó muy alterado: "Bueno, voy a retirar la tropa, pero usted será responsable de lo que ocurra". A ello contestó Albear: "Respondo de lo que ocurra". Alburquerque, fuera de sí, dijo: ¡"Pues sobre su cabeza va"! Y Alvear concluyó con firmeza: "Sobre mi cabeza venga".

No es ningún secreto que con un nutrido y certero fuego artillero, Alvear barrió el campo enemigo y salvó a La Isla y a Cádiz de la amenaza francesa. El ilustre marino fue confirmado en el mando de la artillería y nombrado Gobernador Político Militar de la vecina ciudad.

Una lápida -hoy desaparecida- fijada en los muros del recinto de entrada en el puente de Suazo recordaba este notable hecho de armas. Con ocasión del II centenario de tan notable acontecimiento, sería una acerada medida la reposición de la lápida en su correspondiente lugar para perpetuo recuerdo de la cosa. (A.P.R.M.).

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