Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
He tenido la suerte en mi vida de conocer a grandes líderes sindicales. Mi primer trabajo remunerado fue para hacer la revista Autonomía de la USO, cuando este sindicato era uno de los grandes, por allí andaban José María Zufiaur y Manuel Zaguirre. Tuve la fortuna de conocer a varios de los condenados en el proceso 1001: a Marcelino Camacho, a Eduardo Saborido (uno de los tipos más graciosos que he tratado), o a Nicolás Sartorius, una persona muy inteligente cuyos libros y artículos me parecen fundamentales. En la provincia conocí a muchos que eran auténticos líderes en su empresa o en su sector: Sebastián González, Manolo Verano, Trillo, Miguel Alberto, Juan Pérez, Manolo Ruiz, Outerelo, Javier Fajardo, Rodríguez Añino, Martínez Caño, Carmen Pérez, en su años jóvenes Barroso lo era también antes de dedicarse a la política, Emilio Rubiales, Manolo Cañas, Carlos Dorante, incluso Rafael Román fue un tiempo secretario provincial de la UGT. Poco a poco se ha diluido ese liderazgo y ahora la mayoría parecen gestores en lugar de líderes. Recuerdo un delegado sindical del metal, militante del PCE, que nos llamaba burgueses pero si le llamabas a su casa a las 10 de la mañana todavía estaba durmiendo. Otro que estuvo liberado 35 años, fue concejal, que por las tardes nunca estaba disponible porque tenía que dormir la siesta. Con una vida sentimental muy agitada, llevaba a su hijo a un colegio religioso aunque decía defender lo público, luego muy celebrado sin saber el motivo. Veo que ahora cualquiera coge un megáfono y se convierte en líder sindical, aunque su sindicato, caso de la CTM, sean cuatro gatos sin representación. Los líderes sindicales saben que todo conflicto acaba en un acuerdo, por eso jamás llevan a los trabajadores a un callejón sin salida. Por eso no entiendo que los de Adelante Andalucía enciendan los ánimos del conflicto del Metal. No dudo que el preacuerdo firmado por UGT tenga como punto débil la duración, pero en todo acuerdo ambas partes tienen que ceder y ganar si quieren que dure. No es santo de mi devoción el líder del metal de UGT porque recuerdo su época de Delphi, pero comprendo la responsabilidad de quien representa a otros. Lo que soy incapaz de entender es que un convenio se convierta en un problema de orden público. Los vecinos no tenemos culpa de que no haya convenio, cuando un trabajador medio del metal gana unos 2.500 euros brutos al mes, el doble que los periodistas que cubren sus movilizaciones. Al final este conflicto, como el anterior, se resolverá con dinero, sin la épica revolucionaria.
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