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La firma invitada

Lola / Caballero

El arte de la duquesa

Poco conocido es el hecho de que Cayetana Fitz-James Stuart ha sabido custodiar uno de los patrimonios más importantes de España y de que probablemente su hijo mayor Carlos, Duque de Huéscar, tenga la voluntad de continuar la labor. Cayetana es desde luego particular en la imagen que ofrece, también en ésta. De este difícilmente cuantificable patrimonio, la Consejería de Cultura ha organizado una significativa muestra en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.

La muestra no está tejida con un hilo conductor narrativo a modo de relato, se trata de una colección privada y por tanto su recorrido es un paseo casual por distintas épocas y pintores. Se podría decir en este caso que está formada por muchos relatos, tantos como cuadros, porque cada imagen representa un documento visual de gran relevancia para aproximarse a la historia de España y de Europa.

La exposición está organizada siguiendo un recorrido desde un período más antiguo, el siglo XVI, hasta el XX. De este modo, el diletante o erudito visitante puede construir su propio relato de la historia de lo visual que va mostrándonos los cambios producidos en el arte europeo a lo largo de este amplio espacio temporal. Excepcionales y numerosos son los retratos. El hábil pincel de Rubens, con los retratos de Felipe IV y del Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, nos conduce sabiamente hacia un cierto conocimiento de sus respectivas blandas y poderosas personalidades. Por su parte, de nuestro singular Goya, del que podemos apreciar su conocida y estudiada maestría y agudeza, nos encontramos con dos pinturas, una, el símbolo de la muestra, el famosísimo retrato de Teresa Cayetana de Silva, típico dieciochesco con aspecto de muñeca emperifollada y empaque frío, la otra, de la Marquesa de Lasan, con aire más cortesano, pero en ambas nos remite el genial pintor a personajes conscientes de su importancia. La muestra continúa con otros de Madrazo y de Zuloaga. Este último retrata a miembros más contemporáneos de la familia, a Rosario de Silva y Guturbay en 1921 y a la actual Duquesa, de niña, montada en su poni favorito, donde el artista se divierte con los empastes de pintura y los trazos sueltos y colorista, y del que hay que destacar el gran retrato del rostro que magistralmente ha ejecutado.

Otros temas de la muestra los componen los paisajes, como los tres holandeses de atmósfera envolvente e íntima, y el pequeño y exquisito Corot; algún acontecimiento histórico, como el cuadro de Ingres representando a Felipe V poniendo el Toisón de oro al Duque de Werwick de 1818; y los temas religiosos de la primera sala de Luca Giordano, José Ribera y Guido Reni, entre otros. Para finalizar podemos apreciar la plástica del siglo XX de Renoir y el soñador Chagall. Y también disfrutar de nuestro particular Julio Romero de Torres.

La muestra, de la que no quiero inducir que represente un recorrido lineal por el arte europeo, sí cuenta con el suficiente interés como para atraer a un público movido un poco por el morbo que provoca al tratarse de la Casa de Alba, como también movido por el interés cultural. Durante la hora y media que puede durar la visita nuestra historia personal la dejamos de lado para jugar a descubrir las historias que cada cuadro nos ofrece.

No se la pierdan. A la salida recomiendo un paseo por las calles de, a la vez, moderna y tradicional Sevilla, siempre sugerente para los que vamos de fuera.

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