POR montera

Mariló Montero

La alegría de un camión

Nunca en mi vida había sentido tanta satisfacción al ver una caravana de camiones. Vamos, que verlos me hizo más ilusión que el regalo de un Kinder sorpresa. Siempre evitando encontrarte con uno en la carretera para que no desacelere tu ritmo y ahora los furgones se me presentaban en pleno viaje como la cabalgata de los Reyes Magos. Fue impresionante lo que gocé el pasado viernes, porque hablo de que esa romería estaba compuesta por casi un centenar de máquinas pesadas que circulaban en fila, a paso sereno pero firme, protegidos, eso sí, por varios coches policiales. Desde Algeciras hasta Sevilla el convoy ocupaba casi en su totalidad todo el kilometraje, por lo que el adelantamiento se convirtió en el más largo de mi historia automovilística. La emoción por volver a ver las carreteras en su estado casi natural era paralela a cuando después de un corte eléctrico regresa la luz. Al fin, después de cinco días de parón en las vías, se acababa el desabastecimiento en gasolineras y mercados, en nuestros hogares, en nuestras vidas. Con este desfile de camiones estaba siendo testigo (¿testiga?) del glorioso momento en el que el Gobierno abría el grifo para que el agua volviera a circular entre nuestras manos para calmar nuestra sed.

En efecto, la sensación que me dio al verlo era como cuando televisan los convoyes de ayuda humanitaria que se dirigen como salvadores a las zonas castigadas por los desastres naturales o la hambruna. Aunque ni de lejos podemos entretenernos en hacer semejante comparación, sobre todo después de ver la risa que a la gente le producía ver su colmado vacío o tener que beber leche desnatada en vez de entera. Los rótulos pintados en las paredes de los containers eran como la voz de un pregonero que anunciaba la inminente llegada a las estanterías de los mercados de las ciudades de fruta, hortalizas y pescados. Y pensaba con entusiasmo: "¡Mañana ya podré comprar plátanos de Canarias, pescado fresco, tomates de Almería o verdura de la huerta murciana!. Yo, para ser feliz, quiero un camión.

Los camiones son el by pass que une los extremos de la cadena alimenticia. Desde el origen al destino, desde el productor que veía cómo definitivamente salían de su almacén los abigarrados palés y el consumidor que podrá elegir en el mercado el alimento que más le guste. Estábamos ya acostumbrados a que los camiones hubieran desaparecido por las leyes que les prohíben la circulación por carreteras concretas, en horarios precisos y días críticos, como los fines de semana. Pero con la huelga nos han vuelto a recordar su fundamento e importancia. Estoy deseando con fervor que hoy, a mi regreso, vuelva a sentir el placer de un buen atasco de camiones abarrotados de productos y que su mayor debate sea cambiar el póster de la cabina.

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