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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Sábado SantoPuertas giratorias, gatos en una matanza

El 14 de abril de 1990 fue un Sábado Santo. Nací en un día de vagos atributos, de aroma indefinido, de lábil sustancia

Movido por una inocente curiosidad, a veces me ha dado por buscar frágiles conexiones con otras personas o hechos históricos cercanos a mi fecha de nacimiento. Es algo que todos, a nuestro modo, hacemos en algún momento, quizás porque a veces estamos desorientados y nos gustaría saber si existe un mapa que otros ya siguieron y del que podemos disponer nosotros ahora, o si hay un principio por el cual el tiempo se repliega periódicamente sobre los mismos goznes. En From Hell, el cómic de Alan Moore sobre Jack el Destripador, Moore fantasea sobre la posible coincidencia, el mismo día, entre su primer asesinato y la concepción, en Braunau am Inn, de Adolf Hitler.

Volverse un zahorí de coincidencias no garantiza resultados satisfactorios: el día que yo nací, el 14 de abril de 1990, murió Sabicas. Hasta donde yo sé, nunca he sido un virtuoso de la guitarra. Pero si uno amplía un tanto el radio de acción de sus especulaciones, puede tener algo más de suerte. Esta semana escribió Paco Correal un artículo sobre el último libro de Eduardo Jordá, Doce lunas, un poemario en el que a cada texto lo acompaña una breve explicación de su génesis. Jordá, a quien llevo siguiendo desde hace tiempo y a quien conozco en persona, es tal vez, pese a ser balear y afincado en Sevilla, una de las personas más rusas con las que he tratado. En él parecen habitar, como dos aguas opuestas que en su pecho se mezclan, un entusiasmo inextinguible y una profunda melancolía.

Sólo por esto ya lo siento cercano, pero el texto de Correal, a quien tanto gustan también los juegos entre días distantes y las anécdotas históricas, me dio otros motivos. Correal dedica unas líneas a uno de los poemas incluidos en Doce lunas, titulado Sábado Santo, un día del que George Steiner decía que “es el día más raro en toda la historia del mundo occidental”. Para Jordá es “el día más largo, el día en que ni la Historia ni las Escrituras ni los mitos nos explican lo que ha ocurrido”. El Viernes Santo y el Domingo de Resurrección tienen un simbolismo claro, pero el Sábado Santo es –y aquí cito a Correal y a Jordá– “el sábado del silencio, de la espera, de la duda, del temor, de la incertidumbre, de la desesperación, de la nada”.

El 14 de abril de 1990 fue un Sábado Santo. Nací en un día de vagos atributos, de aroma indefinido, de lábil sustancia. Nací en un interregno, en una tierra de nadie, en el tránsito del miedo a la esperanza, de la desesperación a la plenitud. El Sábado Santo, con su canina que cavila y que lamenta, es un perfecto símbolo de mi vida. Hasta ahora no lo supe, ni quiero creerlo.

NO sé si la oficina antifraude de la Junta determinará que Miguel Ángel Guzmán puede o no ser alto directivo de una compañía sanitaria privada después haber sido nada menos que gerente del SAS (una etapa en la que firmó contratos por más de 43 millones de euros con hospitales y clínicas de la entidad que justo ahora le contrata) y posteriormente viceconsejero de Salud del Gobierno andaluz. Hay que tener menos vergüenza que un gato en una matanza, partir de alguna posición de supremacismo, creerse en posesión de alguna suerte de impunidad o tomarnos directamente por bobos cuando se usa una puerta giratoria en tan poco tiempo y de forma tan descarada. No me gusta un pelo ni ese movimiento ni que la presidenta del Gobierno firme cartas de recomendación para que empresas logren contratos del Estado, ni que los jueces se metan en la alta política y después vuelvan al juzgado, ni que los ministros se conviertan en fiscales generales del Estado o que pasen del banco azul al sillón de magistrado del Tribunal Constitucional. No parecen movimientos adecuados, ni apropiados, ni convenientes por mucho que sean lícitos o estén bendecidos por algún informe. Pueden ser hasta legales, pero no todo lo legal es ético ni aconsejable. Sorprende que la clase dirigente no se moleste ni en respetar los tiempos, ni en disimular. Son unos desahogados que en casos similares te dicen que mientras el personal no cometa ilegalidades, ¿qué es eso de la ética?

Hemos normalizado la dureza del rostro como rasgo principal de la clase política. O de una parte ruidosa de ella. ¿En qué cápsula vive gente que pasa del Consejo de Ministros al máximo tribunal? ¿En qué burbuja habita quien facilita 43 millones de euros públicos a una empresa por la que ficha ahora como directivo? ¿No sería aconsejable que la mujer del presidente del Gobierno fuera más prudente? En demasiadas ocasiones conocemos historias propias de república bananera. No hay recato, falta clase. El Gobierno andaluz salió muy bien parado de la pandemia. El presidente Moreno acabó limpio, sin rasguños y fortalecido de la crisis sanitaria que detuvo el mundo como nunca antes se había conocido. Debe ser cuando menos irritante que una maniobra tan burda como el fichaje del ex gerente del SAS y ex viceconsejero de Salud por el sector privado al que ha beneficiado provoque una polémica con eco nacional en un contexto de saturación del sistema sanitario en Andalucía. Solo falta Super Ratón y su gran ilusionante exhortación: “No se vayan todavía, aún hay más”.

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