Hay algo de ficción en las primarias del PSOE que se celebran hoy. La acometida contra la líder del partido en los últimos siete años y medio se viste de consulta sobre la candidatura a la Presidencia de la Junta. Dice Susana Díaz con razón que primero debería haber sido el congreso para decidir el secretario general del partido. Podría haberlo convocado ella; siempre hay riesgo de adelanto electoral. Sin ir más lejos, en el Ayuntamiento de Granada el PP se está comiendo crudo a Cs.

Susana Díaz inició esta campaña entonando, como un salmo, que no tiene ni BOE, ni BOJA, ni tutor, pero tiene su libertad y reivindica un Partido Socialista andaluz no sometido a Madrid. Juan Espadas, su competidor principal, se lanzó al ruedo pidiendo autocrítica sobre dos episodios internos: la traumática defenestración de Sánchez de la secretaría general el 1 de octubre de 2016, y la fractura del PSOE andaluz en las primarias del 17 que perdió Díaz con estrépito y contra pronóstico. O sea, no se busca candidato sino modelo de partido.

Espadas en el debate del martes insistía en que es necesario un partido que escuche y que en vez de utilizar el yo use el nosotros. Lo decía por Susana, pero el retrato le viene estupendo a Pedro; el caudillismo del primer ministro español es insuperable. El alcalde de Sevilla también postula el municipalismo. Ahí hay materia, pero no precisa si plantea una descentralización o una mejor comunicación.

Son unas primarias con añoranza de los 37 años de poder. Es un retrato del PSOE andaluz. En los últimos 30 años los jefes socialistas han mandado primero en la Junta y con el BOJA en la mano han conseguido la secretaría regional del partido: Chaves fue presidente de la Junta desde julio del 90 y se hizo cargo del PSOE-A en abril de 1994; Griñán fue presidente desde abril de 2009 y heredó el partido en marzo de 2010; Susana Díaz entró en San Telmo el 6 de septiembre de 2013 y consiguió las llaves de San Vicente el 23 de noviembre. Es un partido institucional: primero mira a la Junta y después a la organización.

Algo falla en el método. Lo clientelar se impone a la representación de abajo hacia arriba, que propugna el tercero en discordia, Hierro. Pero la conexión de los militantes con los ciudadanos quedó relegada hace tiempo, en beneficio del reparto de puestos o cargos. Debió discutirse qué Andalucía quieren los socialistas para el futuro, y qué desafíos van a proponer a la sociedad para conseguirlo. Nada de eso ha habido. Dos ex presidentes han animado la recta final. Escuredo ve en Espadas sentido de la unidad del partido, andalucismo y carácter dialogante. Borbolla respalda a Díaz porque cree que su victoria sería un contrapeso al intento del Gobierno central de diseñar un modelo territorial desigual en España.

En todo caso, los andaluces han contemplado esta campaña con un perfecto desapego. Como si fueran de ficción.

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